Carta a los lectores sobre «La chica que amaba a Tom Gordon»
Stephen King se dirige a los lectores para hablar de los temas que trata en su novela
Carta escrita por Stephen King incluida con los ejemplares de prensa de La chica que amaba a Tom Gordon (5 de marzo de 1999). Traducción de Óliver Mayorga.
Querido lector:
Si los libros fueran bebés, La chica que amaba a Tom Gordon sería el resultado de un embarazo no planificado. Me vino la idea —durante un partido en Fenway Park, naturalmente— el pasado mes de julio, me resistí a ella durante unas seis semanas, y finalmente me rendí. La historia quería ser escrita, eso era todo. Sabía que me iba a ocupar la mayor parte del tiempo de descanso que había estado esperando después de dos años de escribir casi sin parar (Un saco de huesos, Corazones en la Atlántida), y sabía que sería un viaje difícil, pero nada de eso le importaba a la historia. Nunca lo hace. Las historias solo quieren una cosa: nacer. Si eso es un inconveniente, mala suerte.
Mi idea era escribir una especie de cuento de hadas. Hansel y Gretel sin Hansel. Mi heroína sería la hija de un matrimonio divorciado que vive con su madre y mantiene un vínculo importante con su padre, principalmente a través de su pasión mutua por el béisbol y los Boston Red Sox. Perdida en el bosque, se imaginaría que su jugador favorito de los Red Sox estaba con ella, haciéndole compañía y guiándola en la terrible situación en la que se encontraba. Tom Gordon, el dorsal n.º 36, sería ese jugador. Gordon es realmente un lanzador de los Red Sox; sin su consentimiento no habría querido publicar el libro. Él lo dio, por lo que le estoy profundamente agradecido.
Comenzó su carrera como lanzador abridor con los Kansas City Royals, y llegó a los Red Sox a mediados de los noventa. Como abridor, era bueno, pero no genial. Entonces, en un movimiento inspirado que se produjo a finales de 1997, el entrenador de lanzadores de los Red Sox, Joe Kerrigan, decidió probar a Tom Gordon como cerrador. En este papel, Gordon no fue bueno sino genial, y en 1998 pasó de la grandeza y alcanzó la brillantez.
Los cerradores son figuras relativamente nuevas en el panorama del béisbol; ganaron protagonismo en los años 70, cuando los mánager empezaron a utilizar un determinado tipo de lanzador en la última o las dos últimas entradas. Eran tipos que podían subir al montículo con dos en juego, nadie fuera y el mejor bateador del equipo contrario en el plato, y aun así lanzar strikes imbateables. Se utilizaban sobre todo en situaciones en las que su equipo se aferraba a una pequeña ventaja (tres carreras o menos). En las últimas dos décadas, estos lanzadores —Al Hrabowsky, Rollie Fingers, Goose Gossage, Dennis Eckersley y el famoso Mitch Wild Thing Williams— se han hecho tan conocidos como George Brett y José Canseco. En 1998, Tom Gordon se unió a este exclusivo club.
Entre mayo y septiembre, Gordon salvó cuarenta y cuatro partidos para los Red Sox, casi la mitad del total de victorias del club. Vi muchos de estos salvamentos en la televisión o en el estadio (otros, como hace Trisha McFarland mientras está perdida, los escuché en la radio), y me emocioné con las hazañas de Gordon como cualquier otro fan de Nueva Inglaterra de nuestros malditos pero muy queridos Red Sox. Y en algún momento me di cuenta de lo que un personaje de La chica que amaba a Tom Gordon llama «ese rollo de señalar».
Después de cada salvamento exitoso, Tom Gordon señala brevemente al cielo, dando el crédito a su Dios. No es un gesto vistoso, pero es claro y definitivo. Al verlo, empecé a pensar en las historias de supervivencia que había leído: marineros a la deriva en embarcaciones abiertas, escaladores atrapados en las montañas, excursionistas perdidos en el bosque. Parece que algunas personas en estas situaciones mueren rápidamente y casi sin intentar sobrevivir (en su ensayo, maravillosamente ingenioso y profundamente serio, A Walk in the Woods, el escritor de New Hampshire Bill Bryson se refiere a esto). Otros, sin embargo, luchan con una tenacidad que sobrepasa lo notable y empieza a parecer casi sobrenatural. Estos supervivientes, al parecer, tienen algo en común: sintieron que, durante su calvario, tenían acceso a un poder superior a ellos mismos.
Llevo veinte años escribiendo sobre Dios —la posibilidad de Dios y las consecuencias para los seres humanos si Dios realmente existe—, desde Apocalipsis. No tengo ningún interés en predicar ni en la religión organizada, ni paciencia con los fanáticos que afirman tener la única y verdadera vía de acceso al Gran Jefe, pero me parece que una niña perdida en los millones de acres cuadrados de bosque al oeste de Augusta necesitaría que alguien o algo interviniese y al menos intentara conseguir la salvación en su nombre. De ahí la historia que pronto leerás.
La chica que amaba a Tom Gordon no trata de Tom Gordon ni del béisbol, y en realidad tampoco del amor. Trata de la supervivencia, y de Dios («Señalo porque la naturaleza de Dios consiste en manifestarse al final de la novena», le dice el Tom Gordon imaginario de Trisha), y trata también de lo contrario a Dios. Porque Trisha no está sola en sus andanzas. Hay algo más en el bosque —el dios de los Extraviados es como ella lo imagina— y con el tiempo tendrá que enfrentarse a ello.
Espero que te guste este libro. Es corto, pero creo que tiene la misma fuerza de lectura que Carrie, Misery, Rabia y La larga marcha. Y gracias por dedicarme algo de tu tiempo.
Saludos cordiales,
Stephen King
Referencias
King, S. (5 de marzo de 1999). Carta incluida con los ejemplares de prensa de La chica que amaba a Tom Gordon.