Epílogo de «Ojos de fuego»
«El mundo, aunque bien iluminado con fluorescentes, bombillas incandescentes y neón, sigue estando lleno de extraños rincones oscuros y recovecos inquietantes»
Epílogo escrito por Stephen King para la edición estadounidense en rústica de su novela Firestarter. Traducción de Óliver Mayorga.
Aunque Ojos de fuego no es más que una novela, un cuento inventado con el que espero que tú, lector, hayas pasado una o dos tardes agradables, la mayoría de los componentes de la novela se basan en sucesos reales, ya sean desagradables o inexplicables o simplemente fascinantes. Entre los desagradables está el hecho innegable de que el Gobierno de Estados Unidos, o agencias del mismo, han administrado drogas potencialmente peligrosas a sujetos inconscientes en más de una ocasión. Entre los que son simplemente fascinantes —aunque un poco ominosos— está el hecho de que tanto Estados Unidos como la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tienen programas para aislar los llamados «talentos inusuales» (un término para las habilidades psiónicas acuñado por el escritor de ciencia ficción Jack Vance)… y quizás ponerlos en uso. Los experimentos financiados por el Gobierno de este país se han centrado en influir en el aura kiriliana y probar la existencia de la telequinesis. Los experimentos soviéticos se han centrado principalmente en la curación psíquica y la comunicación por telepatía. Los informes que se filtran de la URSS sugieren que los soviéticos han logrado un éxito moderado con esta última, en particular mediante el uso de gemelos idénticos como comunicadores.
Otros dos supuestos talentos inusuales en cuya investigación ambos gobiernos han invertido dinero son el fenómeno de la levitación… y el de la piroquinesis. Se ha informado de muchos incidentes reales de piroquinesis (Charles Fort cataloga varios en Lo! y El libro de los condenados); casi siempre giran en torno a un acto de combustión espontánea en el que se han generado temperaturas casi inimaginables. No digo que tal talento —o maldición— exista, y no indico que debas creerlo. Solo sugiero que algunos de los casos son espeluznantes e invitan a la reflexión, y desde luego no pretendo imputar que la sucesión de acontecimientos de este libro sea probable o incluso posible. Si quiero sugerir algo, es solo que el mundo, aunque bien iluminado con fluorescentes, bombillas incandescentes y neón, sigue estando lleno de extraños rincones oscuros y recovecos inquietantes.
También quiero dar las gracias a Alan Williams, mi editor de tapa dura en Viking; a Elaine Koster, mi editora de tapa blanda en NAL; a Russell Dorr, de Bridgton, Maine, que tuvo la amabilidad de ayudarme con el aspecto médico y farmacéutico del libro; a mi mujer, Tabitha, que me ofreció sus útiles críticas y sugerencias habituales; y a mi hija, Naomi, que lo ilumina todo y que me ayudó a entender —tanto como puede hacerlo cualquier hombre, supongo— lo que es ser una niña joven e inteligente que se acerca a los diez años. Ella no es Charlie, pero me ayudó a ayudar a Charlie a ser ella misma.
Stephen King
Bangor, Maine
Referencias
King, S. (1981). «Afterword» en Firestarter. New York, N.Y., Estados Unidos: New American Library (Signet).