La importancia de llamarse Archie
Introducción de Stephen King a «Archie Americana Series: Best of the Forties»
Introducción escrita por Stephen King y publicada en el cómic Archie Americana Series: Best of the Forties en 1991. Traducción de Óliver Mayorga.
Los prólogos, incluso cuando son tan breves como este, rara vez llegan al corazón del lector, a menos que el escritor los transmita desde ese mismo lugar. Eso me da al menos una oportunidad, porque he pasado muchas horas en compañía de Archie Andrews, el notable adolescente de Riverdale, y todavía lo considero uno de mis buenos amigos en la ficción.
La literatura —e incluso los cómics son una especie de literatura, creo— está destinada a ser agradable y placentera, pero creo que también se supone que debe ser útil, y Archie cumplió una pequeña pero vital función en mi vida. En esos dolorosos y raros años de preadolescencia, entre los ocho y los doce, él y sus amigos (junto con Dobie Gillis1 y sus amigos de la caja mágica), me enseñaron a vivir la buena vida como adolescente… si, eso sí, eras un chico bastante corriente de un pueblo pequeño de Estados Unidos. Bueno, yo era un chico bastante corriente de un pueblo pequeño de Estados Unidos, así que me tomé a pecho cada lección.
Me divertí mucho en el camino, y también aprendí algunas lecciones útiles. Las aventuras de Archie eran divertidas, pero también eran infaliblemente moralistas. Aprendí de Jughead las consecuencias de la avaricia, de Reggie las consecuencias de ser un sabelotodo y del propio Archie las nefastas consecuencias de tener demasiadas novias. También aprendí una lección que todos los niños que van a la escuela secundaria deberían saberse de memoria: si conoces a un chico tan grande como Moose, nunca, nunca, nunca intentes pasar el rato con su chica.
Y Archie me llevó lejos, tanto entonces como después, y ese fue un viaje que a veces necesitaba hacer. La adolescencia no siempre es la época más feliz en la vida, un hecho que cualquiera que haya sido adolescente conoce muy bien.
Las hormonas desbocadas ponen las emociones de un adolescente en una montaña rusa y a veces transforman su rostro en una zona de guerra. Las relaciones con los padres suelen ser tensas y, a veces, enconadas. Los viejos amigos cambian; los nuevos novios y novias se van, a veces sin avisar. Los mismos tigres de siempre —desde el alcohol hasta ese miserable miedo adolescente al rechazo— siguen merodeando por las junglas del instituto, y se han añadido algunos nuevos, como el SIDA y las drogas.
Con este telón de fondo, el mundo de Archie y sus amigos se ve mejor que nunca, ¿y hay algo malo en ello? Yo creo que no. Riverdale nunca fue una vía de escape de la realidad para mí, pero fue un gran lugar donde me tomé muchas y bienvenidas vacaciones de la realidad. Era un lugar en el que la vida de un adolescente se convertía en algo luminoso y divertido a la vez, un lugar en el que los malentendidos siempre eran divertidos y todos acababan siendo amigos.
Los amigos y amigas de Archie eran mis amigos y amigas, y su actitud habitual —«Bueno, he vuelto a meter la pata, pero sé que las cosas saldrán bien porque el destino es bondadoso»— se convirtió en mi actitud. Las hay peores durante los ciclones de la adolescencia, créeme. Y, como estudiante de primer año de instituto con un ligero sobrepeso que siempre estaba resoplando a mitad de los ejercicios de educación física, Jughead Jones era un faro de esperanza. Si él podía comer tanto y mantenerse delgado, pensé, tal vez algún día yo también podría (ese día nunca llegó, por desgracia).
Y, por supuesto, me enamoré de una de las dos chicas en la vida de Archie; ¿conoces a algún chico que no lo haya hecho? Tengo la teoría de que un buen psiquiatra podría crear un perfil psicológico masculino válido basado en la respuesta a una sola pregunta: ¿cuál es la que realmente te gustaba, Veronica o Betty? Para mí fue Betty. No podía creer —simplemente no podía creer— que Archie pudiera seguir ignorándola en favor de esa mimada niña rica, Veronica. ¡Betty era rubia! ¡Y esa figura! ¡Va-va-VOOM!
La verdad es que estuve muy enamorado de Betty, y aunque eso fue hace por lo menos treinta años y he estado casado durante veinte de esos años, creo que todavía me sentiría muy atraído si ella volviera a mi vida y meneara sus lindos deditos… Chico, le enseñaría a ese Archie Andrews un par de cosas…
Bueno, es un dulce sueño, pero eso es todo; ahora tengo cuarenta y tres años, no trece, pero Betty no ha envejecido ni un día. Ella no querría tener nada que ver con un viejo verde como yo. Pero eso me lleva a lo más atractivo de Archie, sus amigos, el idílico pueblo de Riverdale, y el instituto de Riverdale, el colegio soñado por cualquier niño. Ninguno de ellos ha envejecido ni un solo día; han bebido en la fuente de la juventud (o tal vez hay algo realmente especial en esos refrescos de helado que Pop siempre les prepara) y están disfrutando de una maravillosa y feliz inmortalidad que el resto de nosotros solo podemos envidiar… y disfrutar.
Así que adelante, Archie; creo que es hora de que te subas a tu cacharro y te marches. Tienes una cita (por desgracia para ti, tanto Betty como Veronica creen que es con alguna de ellas), y vas con retraso. Saluda de mi parte a Moose, Midge, Reggie y al resto, ¿quieres? Ah, y por cierto, si ves a Jughead, pregúntale dónde consiguió ese sombrero. Siempre he querido uno. ⬥
Referencias
King, S. (1991). «The Importance of Being Archie» en Archie Americana Series: Best of the Forties.
Dobie Gillis es el personaje protagonista de la comedia televisiva The Many Loves of Dobie Gillis. La serie fue emitida por la CBS entre 1959 y 1963.