Una nota sobre «El policía de la biblioteca»
Introducción a la novela corta escrita por Stephen King
Introducción escrita por Stephen King y publicada originalmente en la antología Four Past Midnight. Traducción de Susana Constante. Corrección de Óliver Mayorga.
La mañana en que se inició esta historia, yo estaba sentado a la mesa desayunando con mi hijo Owen. Mi esposa había subido a darse una ducha y vestirse. Ya se habían hecho aquellos dos repartos vitales de las siete de la mañana: el de los huevos revueltos y el del periódico. Willard Scott, que visita nuestra casa cinco de cada siete días, estaba hablándonos de una señora de Nebraska que acababa de cumplir ciento cuatro años, y creo que tanto Owen como yo mostrábamos un par de ojos bien abiertos. En otras palabras, era una típica mañana laborable en casa de los King.
Owen se apartó de la sección de deportes lo suficiente como para preguntarme si ese día iría al centro comercial. Necesitaba un libro para un trabajo escolar y quería que yo lo comprara. No recuerdo cuál era —tal vez Johnny Tremain o Una mañana de abril, la novela de Howard Fast sobre la Revolución americana—, pero era uno de esos libros que nunca se consiguen en las librerías, bien porque acaban de agotarse, bien porque están a punto de reeditarse, o una cosa por el estilo.
Le sugerí a Owen que lo buscara en la biblioteca local, que es muy buena. Estaba seguro de que lo tendrían. Murmuró algo. Solo capté unas palabras, pero dados mis intereses fueron más que suficientes para despertar mi curiosidad. Las palabras eran «policía de la biblioteca».
Dejé a un lado mi mitad del periódico, utilicé el botón del volumen del mando a distancia para estrangular la voz de Willard en medio de su extático informe sobre el Festival del Melocotón de Georgia, y le pedí amablemente a Owen que repitiera lo que había dicho.
Se mostró reacio a hacerlo, pero insistí. Al final me dijo que no le gustaba ir a la biblioteca a causa de la Policía de Bibliotecas. Se apresuró a añadir que sabía que no existía tal cosa, pero que era una de esas historias que se metían en el inconsciente y se quedaban allí, latentes. La había oído de labios de su tía Stephanie cuando tenía siete u ocho años y era mucho más crédulo, y le inquietaba desde entonces.
Naturalmente, yo estaba encantado, porque cuando era niño también había tenido miedo a la Policía de Bibliotecas, ese cuerpo de agentes sin cara que irían a tu casa si no devolvías los libros cuyo plazo había vencido.
Eso ya era bastante malo por sí solo, pero ¿qué sucedería si no encontrabas los libros en cuestión cuando aparecían aquellos extraños representantes de la ley? ¿Qué te harían? ¿Qué se llevarían para compensar los libros perdidos? Hacía años que no pensaba en la Policía de Bibliotecas (aunque sí lo había hecho después de la infancia, pues recuerdo claramente haber hablado de ello con Peter Straub y su hijo Ben hace seis u ocho años), pero ahora esas preguntas, espantosas y en cierta forma atractivas, se plantearon de nuevo.
Durante los tres o cuatro días siguientes me sorprendí pensando en la Policía de Bibliotecas, y mientras lo hacía empecé a vislumbrar el bosquejo de mi próximo relato. Así es como se me suelen ocurrir los relatos, aunque por lo general el periodo de reflexión es más largo que en este caso. Cuando empecé, el relato se titulaba La Policía de Bibliotecas, y no tenía una idea clara de cómo se desarrollaría la historia. Pensé que probablemente sería un cuento cómico, algo así como las pesadillas suburbanas del extinto Max Shulman. Al fin y al cabo, la idea era divertida, ¿no? ¡La Policía de Bibliotecas! ¡Qué absurdo!
Sin embargo, comprendí algo que ya sabía: los miedos de la infancia son terriblemente persistentes. La escritura es un acto de autohipnosis, y en esa situación se produce un estado de total memoria emocional, en el cual los terrores que deberían haber muerto hace tiempo empiezan a funcionar y a hablar otra vez.
Es lo que empezó a sucederme mientras trabajaba con este relato. Al comenzar sabía que cuando era niño me gustaba la biblioteca. ¿Por qué no? Era el único lugar donde un chico relativamente pobre podía conseguir todos los libros que deseaba. Sin embargo, al continuar escribiendo descubrí una verdad más profunda: también me daba miedo. Temía perderme entre las estanterías oscuras, temía ser olvidado en un rincón oscuro de la sala de lectura y quedarme encerrado toda la noche, temía a la vieja bibliotecaria de pelo azulado, gafas en forma de ojos de gato y boca casi sin labios que te pellizcaba el dorso de la mano con sus dedos pálidos y siseaba «¡sshhh!» si olvidabas dónde estabas y empezabas a hablar demasiado alto. Y, efectivamente, temía a la Policía de Bibliotecas.
Lo que sucedió con un trabajo de más envergadura, una novela titulada Christine, empezó a suceder aquí.
Al cabo de treinta páginas, el humor empezó a desvanecerse de la situación. Y al llegar a las cincuenta, todo el relato dio un brusco viraje hacia los lugares oscuros que he recorrido a menudo y de los cuales todavía sé tan poco. Finalmente, encontré al tipo al que andaba buscando y me las arreglé para levantar la cabeza lo suficiente como para mirar sus despiadados ojos plateados. He intentado trazar un esbozo de él, Lector Constante, pero tal vez no sea muy bueno.
Verás, cuando lo hice me temblaban mucho las manos. ⬥
Referencias
King, S. (1990). “Three Past Midnight. A Note On The Library Policeman” en Four Past Midnight. Nueva York, Estados Unidos: Viking.