Sin dolor, no hay fama
Stephen King observa los estragos que causa la atención mediática a los famosos
Columna escrita por Stephen King y publicada en Entertainment Weekly el 16 de octubre de 2003. Traducción de Javier Martos.
En 1988 —creo que fue en el 88— mi hijo mayor me pidió que lo llevara al combate de Tyson contra Spinks. Quizá os acordéis, ese que duró unos cinco puñetazos y treinta y ocho segundos. Cuando llegamos a la sede de Trump donde se celebraba el combate, un empleado que trabajaba abordando a las «celebridades» nos llevó a mi hijo y a mí a una sala donde, según nos explicó, podríamos relajarnos, comer canapés y conocer a otras personas de nuestra misma condición. Otros famosos, en definitiva.
No sé si el tipo mencionó la intimidad además de los canapés, pero si lo hizo, era un auténtico embustero. La sala —la cual mi hijo recuerda como la antesala de un banquete— estaba llena de fotógrafos y de esos otros reporteros que suelen estar más pendientes de quién se presenta en lugar de contar lo que sucede. Cada poco tiempo, un nuevo famoso hacía su entrada y los paparazzi se daban la vuelta como un banco de atunes gritando «¡Oprah!» o «¡Jack!». (Lo primero que pierden los famosos son sus apellidos). En un momento dado —justo cuando empezaba a pensar que lo mejor sería sacar a mi hijo de allí, y cuando en el ambiente se adivinaba una inminente trifulca— Sean Penn llegó cogido de la mano de Madonna.
Los reporteros se giraron. «¡Sean!», gritaron. «¡Aquí, Madonna! Eh, enséñanos una sonrisa, cielo». La estancia parecía contraerse bajo los destellos de los flases; una luz brillante y en cierto modo fina; así es como se ven las cosas cuando tienes fiebre.
Madonna se alimentaba de eso —al menos, así lo recuerda mi hijo—. Sin embargo, ambos estamos de acuerdo en que al señor Penn lo cogieron desprevenido. Puede que, al igual que yo, hubiera asumido que «un lugar para relajarse lejos de la multitud» implicaba cierta intimidad.
Recorrieron la aparentemente infinita sala mientras la prensa los perseguía, con el señor Penn tirando de la mano de su bomboncito. Pasaron cerca de mi asiento, y pude ver la expresión horrorizada que había en su rostro. Era la cara de un joven que por fin empezaba a entender en qué se había convertido.
Sé que algunos actores y cantantes disfrutan estando en el candelero, pero para otros, el tono histriónico de la cobertura mediática se vuelve inquietante, y finalmente bastante terrible cuando descubren que no hay vuelta atrás, que una vida normal se les ha negado para siempre. ¿Podéis imaginaros al señor Affleck y a la señorita López —J.Lo para vosotros— cenando tranquilamente à deux en un restaurante de barrio? Es más, ¿podéis imaginarlos teniendo un barrio?
Mucha gente no comparte este punto de vista. Los famosos como «Bennifer», dicen, llevan un estilo de vida que «el resto de nosotros» solo podría soñar, comen caviar en aviones privados mientras el resto de nosotros espera colas durante horas en el aeropuerto, con la esperanza de que no nos retengan en la aduana. A menos que sus gestores financieros no la caguen, los famosos no tienen que mirar el precio o calcular el coste de la comida en un restaurante. ¿Quieren una casa de vacaciones en Aruba? La tienen. ¿Quieren comprarse un Porsche nuevo? Lo tienen. La vida es un regalo para los famosos, según sus argumentos, así que ¿de qué se quejan?
De acuerdo. Pero también es cierto que todo el mundo se ríe de ti si estás desequilibrado y sales a la calle con mascarilla, y además te llaman WACKO JACKO.1 Y nunca vas a poder mirar el precio en una etiqueta porque no podrás ir a comprar, salvo que el encargado de la tienda cierre el local para ti. Eso es así. Cuando conduces tu Porsche nuevo, no dejan de perseguirte paparazzi, cada vez a más velocidad. Para la mayor parte del mundo eres un colgado con una cara bonita.
La vida es un banquete para los famosos, y el camarero preferirá un autógrafo en vez de una propina. (Sobre todo si pueden sacar mucho dinero vendiéndolo en eBay, en caso de que las cosas se le pongan difíciles). Pero todo tiene un precio. Creo que la triste cara de Sean Penn se me quedó grabada porque aquella noche fue realmente consciente de lo alto que estaba. Comes todo lo que quieres, seguro que sí. Pero con demasiada frecuencia llegas al final de la comida y descubres que tú eres el postre.
Como os prometí, aquí tenéis la solución al Primer Torneo Anual de Frases de Hollywood de EW: Candlestick Park. ⬥
Referencias
King, S. (16 de octubre de 2003). «No Pain, No Fame» en Entertainment Weekly.
Wacko Jacko es el apodo despectivo que recibió el cantante Michael Jackson por parte de la prensa sensacionalista. Wacko procede del término wacky (chiflado) y Jacko es un diminutivo de Jackson. Véase «Michael: Stop calling me “Wacko Jacko”» en Entertainment Weekly.
Buenos días, Javier.
Un artículo interesantísimo que muestra la otra cara de la moneda, la que tienen que "sufrir" los famosos. La última frase de don Stephen es determinante. Aunque la cuestión es: ¿todo este tinglado de famoseos y paparazzis existe porque la gente lo demanda o en realidad la gente se traga lo que les echen? Porque yo veo a la gente muy poco selectiva y con poner la tele y el canal "de siempre" se contentan. Ya les echen una peli de lloros, una tertulia de gritones, un concurso de milongas o desgracias y traumas por doquier.
Será por eso que algunos preferimos tener apagada la tele. Los libros son mejor alternativa.
Un abrazo.
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