¿Importan las películas? (II)
Stephen King se aburrió con «Kill Bill», pero encontró un nuevo clásico en «Mystic River»
Columna escrita por Stephen King y publicada en Entertainment Weekly el 19 de noviembre de 2003. Traducción de Javier Martos.
Cuenta la leyenda que en los años 60, cuando Francis Ford Coppola tan solo era un chaval, tuvo ocasión de trabajar en una de las películas de Roger Corman. Según dicen, Coppola convenció a Corman, un yonqui del bajo presupuesto, de que le permitiera hacer su propia película usando el equipo y los empleados de Corman. El film que Coppola dirigió —en nueve días— fue Dementia 13. Por el tono, la ambientación y sencillamente porque te revolvía las tripas, 13 logró que Psicosis y La noche de los muertos vivientes parecieran sosas. Dementia 13 es una película que importa.
Muchos años más tarde, Coppola se gastó al menos mil veces más de lo que se gastó en Dementia 13 para hacer la última película de El padrino. La película es opulenta, incoherente y aburrida. El padrino. Parte III es una película que no importa.
¿En qué se diferencian? Una tiene corazón, alma y el loco entusiasmo de la juventud. La otra es el trabajo de un hombre al que o bien se le ha agotado el talento o bien lo ha dejado aparcado para otro día.
Durante mucho tiempo, no podía distinguir las películas que importaban y las que no, algo que sugiere una idea que me aterra: que las películas, por lo general, han dejado de importar, al menos a mí. Esta idea me aterra porque he amado el cine durante toda mi vida y detesto la posibilidad de haber perdido ese amor.
Más tarde, en el transcurso de una misma semana, vi una película que definitivamente me importó —quizá sea la mejor película que he visto en los últimos treinta años— y otra que no lo hizo. Una de ellas, de hecho, era un poco aburrida.
Esta última era Kill Bill. Probablemente habréis leído buenas críticas sobre ella, puede que incluso en esta misma revista. Steve os dice que no la tengáis en cuenta. Steve os dice que tenéis que recordar que los críticos ven gratis las películas. Además, no tienen que contratar una canguro ni pagar diez dólares por el aparcamiento. Por consiguiente, no tienen ningún problema a la hora de poner por las nubes películas narcisistas como Kill Bill, que ha sido anunciada como la Cuarta Película de Quentin Tarantino y no como una cinta cursi.
Kill Bill no es un referente del horror como Mars Attacks! o Queridísima mamá; simplemente está henchida de sí misma. Uma Thurman lo intenta con ahínco y, a pesar de que ella es lo mejor de la película, al final parece más un maniquí que un ser humano: ella es, Dios nos salve, la Novia.
Las escenas violentas son coreografías similares a los rutinarios chapuzones de Esther Williams. Cuando la Novia despacha en una sola escena a al menos setenta tipos que saben kung-fu, la sangre sale despedida a chorros de los miembros amputados, a menudo en bonitas espirales. Y la letanía de chistes internos de la película es muy cansina.
Ni siquiera tiene un final digno de quitarse el sombrero; solo se nos dice que permanezcamos atentos para ver más… más patadas de kárate, más gritos de batalla que suenan a falsete. A decir verdad, está muy bien hecha, y la historia capta nuestro interés conforme avanza la trama, pero lo aburrido sigue siendo aburrido, ¿verdad? Lo único que pretendo es hacer hincapié en esa sensación de insatisfacción que probablemente sintáis al acabar de ver esta película, la sensación de que fuisteis al cine para entreteneros y, en cambio, os encontrasteis calentándoos las manos en la hoguera de las vanidades de Quentin Tarantino.
Por el contrario, Mystic River copa nuestro interés a la antigua usanza, mediante la construcción de los personajes y contando una historia actual. Comienza a mediados de los setenta, cuando a tres chicos (Sean, Dave y Jimmy) se les acercan dos hombres que se hacen pasar por polis. Convencidos de que Dave es el más vulnerable de los tres, los “polis” lo meten en la parte trasera de un coche y se lo llevan. Durante cuatro días, Dave sufre abusos sexuales a manos de esos lobos humanos. Finalmente logra escapar… pero en realidad nadie puede escapar de algo así, y Clint Eastwood (el director) y Dennis Lehane (el autor del libro) lo saben.
Saltamos veinticinco años adelante, al día antes de que la hija adolescente de Jimmy sea encontrada asesinada. Lo que sigue a continuación es una tragedia llena de tensión que culmina con la muerte de un hombre inocente. Con un guion afilado y grandes actuaciones (la mayor parte de la gloria se la ha llevado Sean Penn, pero el que mejor actúa es Kevin Bacon), la película es una absoluta gozada. Nunca te preguntas si deberías haber comprado el paquete pequeño de palomitas en vez del mediano; no miras la hora. Estás completamente absorto.
En Mystic River hay tres asesinatos en vez de cientos, y Eastwood filma entre sombras el único que vemos. No hay danzas mortales de kung-fu; la violencia es fea en lugar de hermosa y romántica.
Insisto, Kill Bill no es una película mala; solo es tibia. Dentro de diez años os resultará complicado recordar de qué iba o quiénes actuaban. Mystic River, en cambio, se os quedará grabada en la memoria. Dentro de veinte años, podréis rememorar los terribles gritos de Sean Penn cuando se entera de que su hija está muerta.
Quizá la clave sea esta: las películas que importan (también los libros y la música) nos llaman con su propia voz; una voz que a veces se oye muy bajito pero que es muy convincente. El cine es el mayor arte popular de nuestro tiempo, y el arte tiene la habilidad de cambiar vidas. Eso significa que las películas importan, mucho. Cada vez que voy al cine, acudo esperanzado, con el dinero en una mano y el corazón en la otra. La mayoría de las veces, la película termina siendo un petardo, pero a veces se puede encontrar un clásico como Secuestro infernal, Billy Elliot o Mystic River. Cuando eso ocurre, podría apropiarme del eslogan de las Series Mundiales de este año y aplicarlo a nuestro caso: VIVO PARA ESTO. ⬥
Referencias
King, S. (19 de noviembre de 2003). «Do Movies Matter? (Part 2)» en Entertainment Weekly.