«El retrato de Rose Madder» (1995)
Menospreciada en su momento, esta novela puede verse resarcida con la perspectiva y sensibilidad actual hacia la violencia de género. Una historia notable que combina crudeza, romance y fantasía
Vivir catorce años en el infierno junto a su marido Norman se le antojó suficiente. Rosie McClendon resolvió que ya era hora de despertar de aquella terrible pesadilla y escapar. No soportaría más golpes en los riñones. Estaba cansada de sus miradas aviesas, de sus desplantes, cansada de que le hablara… de cerca. Ah, sí, y de sus mordiscos. Advertir aquella pequeña gota de sangre seca en la almohada fue lo que la hizo despertar de su letargo, y atreverse al fin a cruzar el umbral de su casa para emprender una nueva vida. Lejos, lo más lejos que pudiera permitirse estar de Norman.
Ahora el futuro de Rosie se dibuja incierto, difuso, mientras aún trata de curar sus heridas. Ha logrado dar el primer paso y ha hecho algunos buenos amigos. Pero en la distancia algo se aproxima. Es Norman, incansable, que viene hacia ella con la furia arrolladora de un toro.
Apoyado junto a un reloj detenido en el tiempo y rodeado de pequeñas esculturas sin apenas valor se halla un cuadro, simple en ejecución y que en poco se diferencia de otros cuadros polvorientos en ese pasillo de la casa de empeños. Aunque, de aquel modo en que solo las emociones y no las palabras pueden llegar a explicar, uno sabe que ese cuadro tiene algo realmente especial. Posee un poder mágico que va más allá de lo imaginable, y con ese poder logra captar la mirada perdida de Rosie McClendon («Era como si ella no hubiera visto el cuadro, al menos aquella primera vez. Era como si el cuadro la hubiera visto a ella»).
Parte de esa atracción logra cruzar las fronteras de la ficción y se impregna de tinta en las páginas de El retrato de Rose Madder. En un principio, los lectores constantes de Stephen King no recibieron con mucho entusiasmo esta novela; es más, muchos incluso la sepultaron en lo más profundo de entre los trabajos menos destacados del autor. A decir verdad, ni siquiera King le tiene demasiado cariño, llegando a afirmar que la historia adolece de estar demasiado planificada. Él es un escritor sin brújula, deja que el libro siga su propio camino y, en ese sentido, esta novela se dirige a su destino siguiendo un mapa ya trazado. También introduce una extraña mezcla de componentes mitológicos que seguro llevó al escritor a entretenerse investigando más tiempo de lo que suele dedicar a esa tarea, que es realmente poco. Por lo tanto, este es un libro que ansía «captar la mirada» de aquellas personas dispuestas a devolvérsela. Gente perdida como Rosie McClendon, que encuentra en aquel viejo cuadro un reflejo de sí misma, pero más poderosa; o aquellas personas que sueñan con una vía de escape. Esta novela sirve al mismo propósito, solo para aquellas personas cuya mirada haya podido captar el poder mágico que reside en sus páginas.
En los años 90, Stephen King publicó una serie de novelas cuyas protagonistas, todas ellas mujeres, se relacionaban entre sí por ser víctimas del continuo abuso y maltrato de sus maridos o progenitores. Las dos primeras novelas fueron El juego de Gerald y Dolores Claiborne; ambas configuran ese díptico conocido como la saga del eclipse. Pero King parecía seguir interesado en ahondar en la problemática del abuso a la mujer, circunstancia, por cierto, muy presente a lo largo de su bibliografía, por lo que poco después llegó El retrato de Rose Madder. En esta novela el escritor se desata y crea un auténtico villano, Norman Daniels, que nos transmite una completa aversión: es machista, homófobo, violento y está completamente loco. Por el contrario, Rosie es dulce, vulnerable; desde el primer instante se gana el aprecio y compasión de los lectores.
Escapando de la realidad
Nada más comenzar a pasar las primeras páginas del libro nos vemos inmersos en la terrible agonía que ha padecido Rosie a lo largo de tantos años, soportando los continuos abusos de su marido. A través de sus recuerdos se describen escenas muy violentas, desagradables y altamente sugestivas con la intención de sensibilizarnos y mostrar a Norman como un auténtico monstruo. Y, por naturaleza, uno tiende a escapar de los monstruos. Por eso uno de los temas centrales de la historia se focaliza en la huida y la persecución. Existen muchas formas de huir de algo o de alguien; de los problemas que nos acucian, de la realidad que nos envuelve y, también, de nosotros mismos. Stephen King da cuenta de ello y presenta múltiples escenarios en los que una persona determina cómo huir. Cuando Rosie decide abandonar su casa siente una sensación de libertad que no experimentaba desde hacía mucho, pero eso no la hace exactamente libre. En su mente sigue siendo presa de los miedos e inseguridades que ha arrastrado a lo largo de la mitad de su vida. No es del todo libre, más bien, se siente como una fugitiva perseguida por la ley. Temiendo que su marido policía (la ley) consiga dar con un modo de localizarla e ir tras ella y escarmentarla como a él le gusta hacerlo. De cerca.
En ocasiones, Stephen King gusta de asomarse (escapar) a otras obras de ficción para encontrar en ellas un reflejo de los personajes que desarrolla en su propia novela. Ficción dentro de ficción. Es así, por ejemplo, que podemos captar cierta similitud entre Rosie y Parry, protagonista de Senda tenebrosa de David Goodis, durante uno de los pasajes en los que la mujer lee dicha novela. Advertimos un pequeño paralelismo entre ambos personajes en cuanto a que los dos son perseguidos.1 En ella, un hombre (Parry) que ha sido injustamente encarcelado por el asesinato de su mujer escapa de la prisión. Después, se somete a una operación de cirugía plástica que le proporciona un nuevo rostro, evitando así ser reconocido. Este último aspecto relacionado al disfraz o al cambio de identidad (que podemos interpretar como una forma de huir de nuestro antiguo yo) lo trataré más adelante. Pero no es esa la única referencia literaria apreciable, ya que el autor de Maine es un auténtico maestro en estos asuntos. Siempre que tiene ocasión se permite incluir alguna canción, el título o pasajes de algún libro y, cómo no, infinidad de marcas de productos y modelos de coches en sus relatos. Y teniendo muy presente el tema central de la novela, no es de extrañar que rescate una de las célebres citas de Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams. En aquella obra, la soñadora Blanche DuBois, quien al igual que Rosie —pero por muy distintos motivos— huye de su hogar, clama: «Quienquiera sea usted… yo he dependido siempre de la amabilidad de los desconocidos». En el texto de Williams se respira el ambiente opresivo que rodea a Blanche y su hermana Stella al convivir con el abusador y tosco Stanley Kowalski. Ambos autores coinciden al escoger el maltrato doméstico como hilo conductor en sus respectivas obras. Y el primero no solo reutiliza parte de esa frase para bautizar el segundo capítulo de su novela, sino que también coloca a Rosie en una situación igual de vulnerable que la protagonista de la obra de Williams.
Es imposible no sentir empatía hacia Rosie. Al fin y al cabo, nos habla también de muchos de esos miedos mundanos con los que todos lidiamos en algún momento de nuestras vidas, tales como enfrentarnos al mundo real en circunstancias, cualesquiera que sean, que nos hacen sentir seres diminutos y vulnerables. Resulta desgarradora la ansiedad que siente la protagonista al llegar a su nueva ciudad y observar que todos sus encuentros se revelan de un modo tan hostil. Rosie se nos descubre como una muchacha sin mundo que se atreve por primera vez a afrontarlo sin saber muy bien cómo. Por suerte, halla un asidero al que aferrarse con las fuerzas que le restan. Amables desconocidos que le prestan su ayuda. Y también un cuadro, un enigmático retrato con el título Rose Madder escrito en el dorso, que le sirve de talismán. Será este objeto el que le abra una puerta (física) y le permita (escapar) poner sus pies en otro mundo. Este sería otro perfecto ejemplo de huida, una muestra de cómo una persona logra zafarse de la realidad que vive de un modo más abstracto.
Disociación de identidades
En El retrato de Rose Madder se dan situaciones en que los personajes cambian de identidad o adoptan un nuevo rol en la historia. Como mencionaba en el apartado anterior, al igual que el protagonista de Senda tenebrosa —aunque de un modo menos drástico—, Rosie cambia su aspecto físico. Adelgaza algunos kilos, se tiñe el pelo de rubio y lo peina en una trenza, inspirándose en la imagen de la mujer del retrato. Norman también cambia su aspecto. Al principio, de un modo sutil y discreto, ataviándose con una simple gorra y unas gafas de sol. Pero más adelante, su transformación es más pronunciada; se afeita la cabeza y hasta finge ser un minusválido en silla de ruedas. Esta nueva apariencia, amén de un cambio de nombre, le permite a Norman pasar lo más desapercibido posible en su desenfrenada búsqueda para dar con su mujer sin que esta lo advierta. Y constituye el paso final que lo empuja a un abismo de locura del que no logrará salir. Conforme Norman Daniels avanza incansablemente, comienza a sufrir bloqueos y su inestabilidad mental roza extremos peligrosos. Oye voces y su personalidad se desdobla; nos traslada el recuerdo de su tocayo Norman Bates, el icónico e influyente personaje de Psicosis creado por Robert Bloch, con quien comparte algunas características además de su nombre.
El retrato al que se hace mención en la traducción al castellano del título de la novela también sirve para darnos a conocer, por medio de una representación mitológica, unas versiones distorsionadas de los dos protagonistas de la historia.
Rosie a través del retrato (y lo que encontró allí)
Cual Alicia en A través del espejo, Rosie cruza un portal dimensional y se adentra en ese mundo onírico representado en la pintura de su atesorado cuadro. Una vez allí, se embarca en una peligrosa aventura épica, con tintes oscuros, y conoce a Rose Madder, una suerte de versión empoderada de sí misma, aunque realmente siniestra. Es en estos pasajes donde Stephen King se pone al servicio de la más absoluta fantasía para producir todo un pastiche de elementos mitológicos clásicos. Esto requiere de un mayor esfuerzo por nuestra parte, como lectores, ya que el autor crea un escenario fantástico que rompe por completo con la línea argumental que hasta ese momento se desarrollaba en la novela.
Esta ruptura narrativa y tonal es el objeto de muchas de las críticas recibidas por parte de los admiradores del escritor, no obstante, King se ve capaz de construir un relato oscuro y lleno de suspense jugando, a su vez, con la metáfora de los escenarios y los personajes mitológicos que habitan ese mundo más allá de la realidad. Es por medio de esta experiencia fantástica tan vívida que Rosie aprenderá una valiosa lección que se esforzará en no olvidar jamás. ⬥
La novela de David Goodis conoció una adaptación cinematográfica, todo un clásico del cine negro, interpretada por Humphrey Bogart y Lauren Bacaal.