Stephen King, inédito y sin cortes
Entrevista publicada en 2000 donde Stephen King habla abiertamente sobre diversos temas personales tras el accidente que sufrió
La siguiente entrevista a Stephen King fue realizada por Tim Adams y publicada originalmente en The Observer el 14 de septiembre del 2000.
Tim Adams: Acabas de salir del hospital. ¿Cómo te encuentras?
Stephen King: Estoy muy bien en muchos aspectos. Todavía tengo lo que llaman dolor crónico en la pierna y la cadera, pero estoy recuperando mucho movimiento. Cuando conduje hasta aquí, al salir, estaba totalmente rígido. Es como si mi cuerpo tuviera 52 años, excepto la cadera, que ahora tiene unos 85. Ya no pienso «voy a Nueva York», sino «me llevo la pierna a Nueva York». Pero hace dos o tres semanas que no uso muletas.
TA: ¿Necesitas más operaciones?
SK: El médico acaba de hacer más radiografías. Siempre te echan la culpa. Me dice: «Todo ese metal no te molestaría tanto si pesaras más, si tuvieras grasa en esa parte del cuerpo». Así que la culpa es mía por no haber ganado peso…
TA: Me han gustado mucho tus memorias [Mientras escribo], ¿te resultó difícil escribirlas?
SK: Fue mucho más difícil de escribir de lo que pensaba. Durante años la gente me ha preguntado cómo se hace esto o aquello. Así que pensé en escribir un libro y no tener que responder a las mismas preguntas una y otra vez. Llegué a unas 150 páginas y entonces lo que quería decir se me fue de las manos, lo dejé y estaba a punto de retomarlo cuando tuve el accidente.
TA: ¿En qué se diferencia de escribir ficción?
SK: Al llegar a la mitad ocurrió que había una novela que realmente quería escribir. En cierto modo es como el sexo: prefieres hacerlo que escribir sobre ello. Pero espero que el libro sea valioso. Espero que sea un libro renegado. No creo que los profesores se lo den a chicos de 13 años, pero espero que los niños lo encuentren por sí mismos.
TA: ¿Qué te llevó a incluir elementos autobiográficos en el libro?
SK: Quería abordar la cuestión central: ¿por qué escribes las cosas horribles que escribes? Y no hay una forma directa de responder a esa pregunta, en cierto modo es como decir «¿por qué te gusta el brócoli?». No puedes explicarlo, está grabado en tu sistema, es genético. Pero creo que hay un conjunto de experiencias que convierten a un escritor potencial en un escritor en activo, y luego hay momentos en tu vida en los que empiezas a reconocer lo que quieres hacer.
TA: ¿Fue algo terapéutico?
SK: No pretendía sacar cosas en claro con este libro. No soy un gran fan del psicoanálisis: creo que si tienes problemas mentales lo que necesitas son buenas pastillas. Pero sí creo que si tienes pensamientos que te molestan, cosas que no están resueltas, cuanto más hablas de ellas, escribes sobre ellas, menos graves se vuelven. Al menos así es como veo mi trabajo en retrospectiva. No se trataba de escribir sobre mi vida, pero en cierto modo no puedo separar, por supuesto, la vida de la obra. Llamé a la primera sección del libro CV porque quería decir: «Aquí están mis referencias, aquí es donde he estado. Así es como he llegado hasta aquí».
TA: ¿En qué más has estado trabajando?
SK: He terminado una novela titulada El cazador de sueños, y estoy trabajando en un libro con Peter Straub titulado Talisman II1.
TA: ¿Cómo funciona esa colaboración?
SK: Es como jugar al tenis, dibujamos la pista, una sinopsis, y ahora nos la pasamos el uno al otro por correo electrónico.
TA: ¿De quién es la voz que domina?
SK: En este momento, la voz que tiene este libro me parece más la de Peter Straub, así que estoy tratando de recuperarla un poco…
TA: Parece que te esfuerzas por probar cosas nuevas. Antes de tu accidente, hablabas de dejar de escribir. ¿Sigue siendo una posibilidad?
SK: Bueno, soy como un drogadicto, siempre digo que voy a dejarlo, y luego no lo hago. Lo que he dicho constantemente es que espero saber cuándo parar: cuando empiece a ser repetitivo. Y sé que estoy mucho más cerca del final que del principio. Tengo estos libros de la Torre Oscura que me gustaría terminar, pero luego llegan cosas que te interesan…
TA: ¿Qué tipo de cosas?
SK: Hay un tipo del rock and roll, John Mellencamp, que se puso en contacto conmigo el pasado noviembre y me dijo: «Tengo una idea para un musical, una obra de teatro», así que vino a casa, me afinó la guitarra —y nunca sonó mejor— y me contó esta historia, una historia de fantasmas, que sonaba muy bien. Así que trabajamos en algo. Me envió un CD de una maqueta que había hecho. Así que me cargó con eso. Nunca he escrito para la música… Y si quieres fantasmas supongo que soy el tipo al que hay que acudir… No tengo ningún problema con eso, pero me interesa probar cosas nuevas. Durante mucho tiempo he pensado en los escenarios. Misery, por ejemplo, es casi una obra de teatro dentro de un libro.
TA: ¿Sigues encontrando tiempo para tocar tu propia música?
SK: Bueno, The Remainders van a salir este otoño a tocar con Roger McGuinn de The Byrds. Muy extraño. Pero no, no estoy tocando lo suficiente en realidad.
TA: ¿Soñabas con ser una estrella del rock cuando eras niño?
SK: Nunca fui lo suficientemente bueno. Tocaba los teclados en un grupo, y tocaba mucho la guitarra, ya sabes, en esa época en la que Donovan tenía look de vaquero. Y luego no toqué durante mucho tiempo. Después juntamos la banda para la convención de la American Booksellers del 93, y después de un tiempo nos volvimos bastante buenos, hasta el punto de que los borrachos no nos tiraban cosas. Probablemente.
TA: ¿Cuál es vuestro repertorio?
SK: Hacemos música americana de garaje de los años sesenta; Louie, Louie. Me hacen tocar cosas como Last Kiss, un montón de cosas de Bo Diddley…
TA: Al leer tu libro, parece que nunca hubo dudas de que te convertirías en un narrador. Se parece mucho a la infancia de un escritor.
SK: Hace poco hablaba de esto con mi nuera. Una vez le regalamos a mi hijo un saxo, porque tenía la idea de que quería estar en la E Street Band, pero en realidad nunca quiso tocar. Hay que tener ganas. Mi madre decía que cuando estaba embarazada de mí salía a la carretera y cogía el alquitrán, y lo masticaba, porque había algo en ese alquitrán que, ella, yo, necesitaba. Es como un antojo. Nos gusta pensar en lo inteligentes que somos. Pero creo que el talento de escritor lo tenemos dentro, está todo ahí, al menos los elementos básicos. No puedes cambiarlo, como tampoco puedes elegir si eres diestro o zurdo.
TA: Tu padre escribía cuentos, ¿crees que algo de tu talento fue heredado?
SK: Nunca vi ninguna de las historias de mi padre. Mi madre decía que tenía montones y montones de manuscritos. Antes estuvo en la marina mercante. Y solía enviar estas cosas a revistas como Argosy y True. Revistas que realmente no tienen un equivalente ahora, con fotos de tipos luchando contra osos pardos con cuchillos. Pero nunca supe eso hasta después… Mis dos hijos escriben ficción. Mi esposa ha publicado cinco novelas, y yo 35 o 36. Es un gen, como el color de los ojos.
TA: ¿Crees que en ese sentido la genética ha alterado nuestras ideas sobre el destino, sugiriendo que nuestras vidas están predeterminadas?
SK: No lo sé. Hasta cierto punto. Pero aun así hay todo tipo de variaciones posibles. Nuestra hija, por ejemplo, está en la Facultad de Teología.
TA: ¿Qué tipo de cosas escriben tus hijos?
SK: Mi hijo menor está en el programa de ficción de la escuela de posgrado de Columbia. Escribe cosas entre Bret Easton Ellis y Laverne y Shirley, supongo. Cosas divertidas y disparatadas. Como ese tipo, T. Coraghessan Boyle… Mi hijo mayor escribe un montón de cosas diferentes. Cosas locas, pero geniales.
TA: ¿Les animaste o les disuadiste de escribir?
SK: No me gustaría taparles el sol, por así decirlo, pero escribir es un trabajo estupendo, no hay que hacer grandes esfuerzos, aunque la paga para la mayoría de los escritores no es tan buena. Pero aun así, oye, es genial, está bien.
TA: Parecías increíblemente motivado desde que empezaste. ¿Hubo alguna vez periodos de duda en los que pensaste que no iba a suceder?
SK: Tuve un periodo en el que pensé que no era lo suficientemente bueno para publicar. Empecé a vender novelas cortas a revistas masculinas mientras estaba en la universidad. Me casé seis o siete meses después de graduarme, y durante dos años vendí tal vez seis relatos al año, y también tenía el dinero que ganaba dando clases, y era un ingreso decente. Durante un año más o menos, no pude vender nada, y bebía mucho. No me drogaba, no podía permitírmelo, y escribía sobre todo mierda, y entonces llegó Carrie y volví a estar bien. Pero durante ese año, pensé que iba a ser solo un profesor de instituto, y que nunca me iba a pasar nada.
TA: ¿Recuerdas en qué momento la bebida se convirtió en un problema?
SK: Bueno, siempre he bebido, desde que tuve la edad legal para hacerlo. Y nunca hubo un momento en el que mi objetivo no fuera emborracharme todo lo que pudiera. Nunca entendí lo de beber por socializar, eso siempre me ha parecido como besar a tu hermana. A día de hoy no puedo imaginar por qué alguien quiere ser un bebedor social.
TA: Parecía haber mucha rabia en ti en tu adolescencia. ¿La bebida era un síntoma de eso?
SK: En realidad, no. Tuve una infancia muy inocente. Muy bucólica. Crecí en una ciudad pequeña, inocente. No había drogas, ni agujas, ni peleas de bandas. Para nosotros era un gran acontecimiento si nuestros padres salían fuera y podíamos jugar a la botella con las chicas. Poner unos cuantos discos. Los Sting Rays tocaban los sábados por la noche en el Grange Hall.
TA: ¿Y de dónde surgió la oscuridad de Rabia?
SK: Tenía 18 años cuando lo escribí. Tenía reciente la experiencia del instituto. Creo que la rabia es una emoción clave o rectora en los chicos de, digamos, 14 a 18 años. Mucha rabia, muchas hormonas. La única razón por la que creo que en Inglaterra no ha habido un Eric Harris o un Dylan Klebold, ya sabes, los chicos de la masacre del Instituto Columbine, es que los chicos ingleses no tienen acceso a las armas. Es interesante si vuelves a una reunión de la escuela secundaria, y esto me pasó a mí. Había mujeres en esta reunión que, ya sabes, como chicas de 15 o 16 años me dieron ganas de tirarme a sus pies gritando sobre su belleza o algo así. Y ahora hablarán de aquellos tiempos y dirán que se sentían feas y que no tenían amigos y que todo el mundo hablaba a sus espaldas.
TA: Si lo hubieras sabido entonces…
SK: [Risas] Exactamente. Pero todo el mundo tiene esa rabia, esa inseguridad. La rabia permite a la gente encontrar la catarsis.
TA: Suena como si estuvieras al límite en la escuela. Introvertido y extrovertido al mismo tiempo.
SK: Eso es. Estaba lo suficientemente dentro como para llevarme bien con la gente. Nunca fui socialmente incapaz de expresarme. No era un solitario. Y eso me salvó la vida, me salvó la cordura. Eso y la escritura. Pero hasta el día de hoy desconfío de cualquiera que piense que la etapa en la escuela fueron los buenos tiempos. DE CUALQUIERA. Puedes ser feliz a los 8 años o incluso a los 28. Pero si dices que eras feliz a los 16, yo diría que eres un puto mentiroso, o que eres un anormal, un perturbado…
TA: ¿Qué te motivó a tener un álbum de recortes sobre Charlie Starkweather, el asesino en serie?
SK: Bueno, nunca fue como: «Vamos, Charlie, mata a algunos más». Fue más bien como: «Charlie, si alguna vez veo a alguien como tú, echaré a correr». Y creo que la primera vez que vi una foto suya, supe que estaba viendo el futuro. Sus ojos eran un doble cero. Simplemente no había nada allí. Él era como un intruso de lo que Estados Unidos podría llegar a ser.
TA: ¿Crees que ese impulso, el de conservar el álbum de recortes, fue similar al que te llevó a escribir?
SK: La escritura fue una salida, sin duda. Siempre me han fascinado las historias de violencia, suspense y terror. Quizá sea porque tengo un doble cromosoma X, o algo así, y quizá si no fuera por la escritura sería una persona extremadamente peligrosa. Sin duda, he escrito suficientes cosas realmente desagradables como para que eso sea posible. Pero he intentado ser un buen ciudadano, en el sentido de que tenía la capacidad de hablar de estas cosas, y mientras puedas seguir hablando todo irá bien…
TA: ¿Alguna vez escribiste conscientemente visiones del futuro de Estados Unidos?
SK: No, siempre se trató más de cosas coyunturales. Por ejemplo, Rabia era lo que ocurre si coges a un niño, le das una pistola y lo pones en una clase. Y entonces piensas qué clase de niño haría eso. Y piensas que alguien jodido, probablemente, y brillante, probablemente. Y entonces resuelves todo el asunto. El libro fue el Síndrome de Estocolmo antes del Síndrome de Estocolmo. Todos estos chicos empiezan a ponerse de su lado. El supuesto del libro es que los chicos a los 16 años están locos. Esencialmente locos. Y creo que lo están…
TA: ¿Fue El señor de las moscas una gran influencia?
SK: Lo fue. Tuvo una fuerte influencia.
TA: ¿Hasta qué punto sentías que habitabas un personaje como Charlie Decker en Rabia. ¿O él te habitaba a ti?
SK: ¿Era yo Charlie Decker? Bueno, sí, por supuesto, porque todos los personajes son yo. Las mujeres son yo con faldas, supongo. Pero hay otro elemento involucrado. Es ese elemento de inspiración que te eleva más allá del punto en el que los personajes son solo tú, en el que logras algo casi trascendental y son realmente personas en la historia. Se van. Eso ocurrió la primera vez en Rabia.
TA: ¿Puedes crear las condiciones para que se produzca ese salto imaginativo? ¿Puedes predecirlo?
SK: Normalmente te coge por sorpresa. Cuando me senté a trabajar en El cazador de sueños, tenía un dolor terrible, tomaba todos esos medicamentos fuertes a montones y llevaba muletas, un aparato ortopédico en la pierna. Y todo lo que sabía era que cuando me iba a la cama por la noche, me tumbaba y pensaba en este tipo en un puesto de caza, en un árbol, como una plataforma de tiro, donde vas cuando te has herido a veces. Y pensaba en este tipo… Está empezando a nevar, quiere coger su ciervo porque es temporada de caza, y aquí viene esta cosa que cree que es un ciervo, pero es una persona… Eso es todo lo que tenía. No sabía más que eso. Y empecé a escribirlo a mano, sin esperar mucho, esperando que me ayudara un poco con el dolor. Y de repente tuve este enorme, enorme libro, de mil páginas. Todo a partir de esa única situación.
TA: ¿Así que la historia era realmente una metáfora de tu propio dolor?
SK: Está relacionado de dos maneras. El personaje de la arboleda había sido atropellado por un coche y se estaba recuperando, sabía cómo se sentía. Y luego, cuando escribí sobre ello, no pensé tanto en el dolor. Es como estar hipnotizado.
TA: ¿Alguna vez temes lo que pueda salir cuando estás en ese estado?
SK: En un par de ocasiones me he sorprendido a mí mismo. Cementerio de animales fue espantoso cuando estuvo sobre el papel.
TA: ¿Te autocensuras alguna vez?
SK: Creo que he aturdido a ese censor hasta la sumisión [Risas]…
TA: En ese sentido, debes tener mucha fe en la naturaleza humana, confiar en tus instintos.
SK: Hasta cierto punto. Hay cosas en El cazador de sueños, que se ha convertido en un libro extremadamente horripilante, en las que me encontré echándome un poco hacia atrás. Pero ahora soy mayor, es un poco más difícil hacer esas cosas. Aun así, no me gustaría pensar que me he endurecido tanto como para no poder asustarme.
TA: ¿Se ha vuelto más difícil adelantarse a los horrores de la vida real?
SK: Bueno, ciertamente desde que escribo, no creo que la sociedad se haya vuelto mejor. ¿Has visto el programa Supervivientes? Se parece bastante a El señor de las moscas. Echan a un tipo de la isla cada semana. En realidad no lo persiguen con palos afilados, pero tienes la sensación de que les gustaría hacerlo. Empecé un libro así hace unos 15 años. Se titulaba On the Island, y trataba de gente rica que convencía a chicos de la calle para ir a una isla y ser cazados, con bolas de pintura. Y llegan allí y descubren que estos tipos están disparando balas reales, y en mi historia había dos o tres que escaparon y esperaron a que estos tipos ricos volvieran. Lo tengo en el estante en alguna parte. Supervivientes es una especie de idea de Stephen King, y es un gran éxito.
TA: ¿Existe un elemento satírico en este tipo de libros?
SK: No soy satírico. Tengo sentido del humor, pero soy estadounidense y estoy enamorado de mi país, para bien o para mal. Estoy metido en esta cultura hasta las cejas. Nueva York no es Estados Unidos. Los Ángeles no es Estados Unidos. Esto [Maine] es Estados Unidos. Nueva York es solo ruido, no hay ninguna historia allí, no realmente. Las historias están todas aquí, si sabes dónde buscar. No puedo satirizar a mis compatriotas. Yo soy ellos.
TA: ¿Pasas mucho tiempo fuera de Maine?
SK: Mi mujer y yo tenemos una casa en Florida. Así que hemos estado allí. Pero estamos aquí ocho o nueve meses al año. Creo que hubo una época en la que me gustaban más Nueva York y Los Ángeles. Cuando estoy en Bangor la gente me trata como a un vecino y no como a una celebridad con dos cabezas, y eso es demasiado bueno para dejarlo.
TA: ¿Crees que esa es una de las razones de la tremenda fidelidad de tus lectores?
SK: Soy la versión literaria de Grateful Dead, supongo.
TA: Nadie más, ningún otro novelista en realidad, tiene un público tan fiel. ¿A qué se debe eso?
SK: John Grisham solo lleva diez años en el negocio… Pero, no, él no tiene realmente esa conexión. Es una especie de fenómeno a lo Jerry García. Lo que reciben de mí en las historias, de mi voz, es algo que les hace sentir cómodos, seguros. Y eso es curioso cuando piensas en lo que escribo. Pero tiene que ser eso.
TA: ¿Alguna vez temes que tus historias lleguen a las mentes equivocadas?
SK: De vez en cuando ocurre algo extraño. Hace unos años fui a Filadelfia con mi hijo a ver un partido de baloncesto. Tabby estaba aquí, y oyó que se rompía la ventana y que había un tipo allí que decía tener una bomba (de hecho, era un montón de lápices, gomas de borrar y clips). Se había escapado de una institución psiquiátrica y se puso a despotricar sobre cómo yo le había robado Misery. Tabby huyó en bata y la policía vino… Y de vez en cuando hay una carta de alguien que obviamente no tiene los pies en la tierra, gente que está convencida de que he robado sus ideas. Una señora me escribió para explicarme cómo había sobrevolado su casa en un avión U2 y le había robado sus ideas para El resplandor. Pero nunca nadie me ha amenazado con matarme, toco madera. Aunque hay un tipo en California, Steven Lightfoot, que cree que Ronald Reagan y yo conspiramos para matar a John Lennon…
TA: ¿Te dan paranoia esas cosas?
SK: No. No me asustan las cosas inusuales. No soy un lavamanos compulsivo, no creo que haya extraterrestres escuchando nuestros pensamientos y no creo que nadie venga a matarme. Hay cosas que he usado y que me dan miedo o asco: las arañas, los murciélagos. Así que no, no soy raro en ese sentido.
TA: Leyendo tu libro, tus tíos y tu tía parecían tremendos personajes.
SK: Parece que todos los que conocía contaban historias, o tal vez a mí me gustaban las historias y las recordaba.
TA: ¿Contaban historias sobre tu padre?
SK: No, él era como un paria.
TA: ¿Querías oír más cosas sobre él?
SK: Creo que nos avergonzaba no tener un padre. Creo que mi madre estaba profundamente avergonzada por haber sido abandonada, con dos niños pequeños, cuando sus otras hermanas se quedaron con sus maridos. Y creo que la vergüenza es la más fácilmente transmisible de las emociones y creo que ella nos transmitió esa vergüenza. Cuando nos fuimos a la escuela, recuerdo que nos dijo claramente: «Si alguien pregunta por vuestro padre, decidle que está en la marina. Eso no es una mentira». Ahora bien, no era una mentira por lo que sabíamos, pero entendí el porqué. Yo tenía un padre. No, no era un bastardo. Así que eso es lo que dije palabra por palabra y, por supuesto, tampoco hubo nunca ningún divorcio.
TA: ¿Nunca intentaste averiguar qué pasó con él?
SK: Bueno, en realidad sí lo encontramos. Mi hermano lo encontró. Lo que ocurrió fue lo siguiente. La cadena de televisión CBS hace estas biografías de celebridades, generalmente no autorizadas, pero son suaves, no te hacen pasar un mal rato. Hicieron una sobre mí hace un tiempo, y hablaron con mi hermano, y él tenía, recordó, el número de la seguridad social de mi padre, y uno de estos tipos de documentales salió a buscarlo… O debería decir que al menos descubrió lo que le había pasado. Mi padre aparentemente murió en Pennsylvania a mediados de los ochenta. Incluso conseguimos algunas fotos de él. Había formado una nueva familia: tres niños y una niña. Mis medio hermanos y mi media hermana.
TA: ¿No os conocisteis?
SK: En absoluto. No. Nunca. No saben de mi existencia, y creo que así debe ser.
TA: ¿Por qué?
SK: Bueno, la mujer con la que se casó mi padre, y recuerda que nunca se divorció de mi madre, era una brasileña —muy guapa por las fotos que vi— y es razonable suponer que era católica. En ese caso, la bigamia es algo muy serio, y tendría graves consecuencias para esos niños, y yo no podía hacerles eso. Dejemos que los perros duerman tranquilos, como suelo decir… No he hablado de todo esto antes porque no quiero que esa historia se publique ampliamente en Estados Unidos, por razones obvias.
TA: Explica la motivación que hay tras los libros de Richard Bachman.
SK: Quería ver qué hay en un nombre2, pero también quería publicar esos libros. Creían que iba a saturar el mercado. No eran realmente libros de Stephen King como se entendía entonces, para empezar eran cortos.
TA: ¿Te preocupa que haya un elemento de azar en tu éxito?
SK: No me preocupa, pero sí me da curiosidad. Curiosidad por saber si hay algo en mí, o si simplemente me ha tocado la lotería editorial. Y supongo que son ambas cosas. Pero, sobre todo, muchas cosas se me juntaron en la época de Carrie. El libro, y la película que tuvo éxito. Pero incluso entonces yo no era el favorito de la temporada. Peter Benchley lo era. ¿Y dónde está ahora?
TA: ¿Sentiste la presión de repetir el éxito después de que tu carrera despegara?
SK: No, siempre fue un placer escribir. No se me ocurre ningún momento en el que me haya limitado a cortar algo para cumplir un contrato o una fecha de entrega. Puede que haya hecho cosas a la fuerza, pero siempre eran cosas que me gustaban.
TA: ¿El alcohol se interpuso alguna vez?
SK: Con el alcohol era simplemente una personalidad alcohólica. Pero era algo que crecía lentamente, comparado con las drogas. Es decir, bebía una cantidad «x» en 1975 y en 1976 era quizás «x» más 20.
TA: ¿Y siempre cerveza?
SK: Bueno, la cerveza era lo que quería, pero si no conseguía cerveza, bebía cualquier otra cosa, en realidad. Las drogas eran diferentes. Con la cocaína… una inhalación, y me poseía en cuerpo y alma. Algo en mi sistema quería eso, y una vez que la cocaína estaba allí era como el eslabón perdido: clic. Como cuando se enciende la luz, se enciende o se apaga, no hay medias tintas. La cocaína era como mi interruptor de encendido. Empecé en el 79, supongo. Lo hice durante unos ocho años. No es mucho tiempo para ser un adicto, pero es más largo que la Segunda Guerra Mundial [Risas]. Y así es como me sentí la mayor parte del tiempo. En realidad no escondía la bebida, pero sí las drogas porque enseguida supe que era un problema. Nadie vive un día tras otro como un drogadicto. No piensas en el ayer o en el mañana. Solo piensas en el ahora. Estuve drogado gran parte de los años ochenta, y no soy una persona muy reflexiva, así que nunca se me pasó por la cabeza que fuera algo existencial, o que fuera un derroche o cualquier otra cosa. Era simplemente lo que estaba haciendo ese día.
TA: En tu libro hablas del efecto que tuvo la bebida en los libros. ¿Qué efecto tuvo en la familia?
SK: Es difícil de decir. Lo oculté bastante bien, en el sentido de que nunca supieron realmente qué era lo que distorsionaba mi estado de ánimo. La marea sube, la marea baja y, si no sabes que es la luna la que tira de esas mareas, sigues sabiendo cuándo es seguro ir a la playa.
TA: ¿Estuviste lúcido la mayor parte del tiempo?
SK: Mi mujer me ha dicho desde entonces que tenía resaca todas las mañanas hasta las dos de la tarde, y que desde las cinco hasta la medianoche estaba completamente borracho. Así que dice que hubo un periodo de unas tres horas en las que pudo hablar conmigo como un ser humano racional.
TA: Debió ser muy duro para ella y los niños.
SK: Bueno, supongo que debe haber tenido algún efecto. Nunca fui el tipo que decía: «Tomemos un gin-tonic antes de cenar». Tenía que tomar como doce gin-tonics y luego tenía que decir «a la mierda la cena» y tomar doce más. Así que supongo que era difícil vivir con eso de vez en cuando.
TA: ¿Por qué se quedó contigo?
SK: Bueno, se quedó. Pero dejó claro que no se quedaría si yo no mejoraba mi conducta… Pero eso fue después de unos veinte años. Quiero decir que la primera vez que salimos me emborraché.
TA: ¿Qué clase de borracho eras? ¿Jack Torrance [El resplandor], por ejemplo, estuvo alguna vez cerca de casa?
SK: Nunca se trató de columpiarse de las lámparas de araña ni de tirar a la gente por la ventana, ni de echar un polvo, ni de salir de fiesta. No iba mucho a los bares. Un gilipollas borracho era todo lo que podía soportar y ese era yo. Yo escribí. No recuerdo muchas cosas. Los chicos aceptaron mi forma de beber como una parte de la vida. No una parte particularmente perniciosa. No los pegaba. Básicamente, no creo que fuera tan diferente de muchos padres que se toman tres o cuatro martinis al llegar del trabajo, vino con la cena, etc.
TA: Bueno, quizás un poco diferente…
SK: Hay una historia que me encantó sobre una gran ventisca en el 76, mucho peor que la tormenta perfecta, lo paralizó todo. El mundo exterior parecía el puto Venus o algo así: no había casas, solo nieve. Boston estuvo cerrado durante 12 días y los trenes de cercanías quedaron varados, y los viajeros fueron llevados a los gimnasios de las escuelas. Y esa noche, la policía se vio obligada a irrumpir en las tiendas de licores, no miento, porque les daban delirios temblorosos, y asustaban a los niños, porque no estaban acostumbrados a una vida en la que no podían conseguir un trago de whisky a las cinco o las seis. Así que es una sociedad bastante engrasada. Y yo no estaba mucho más descontrolado que los demás.
TA: Y en cuanto a tu salud… ¿ha habido efectos duraderos?
SK: Me gusta pensar que mi adicción a la cocaína fue una bendición disfrazada, porque creo que sin la cocaína habría seguido bebiendo hasta los cincuenta y cinco años y habría salido en el New York Times: «El escritor Stephen King muere de un derrame cerebral». Una vez que añades la cocaína, te vuelcas, porque sé por experiencia que esa cosa te come por dentro.
TA: Cuando llegó ese momento, cuando tu mujer puso toda esa mierda en el suelo en 1987, ¿te limpiaste enseguida?
SK: La verdad es que no… En aquella época yo era un autor de mucho éxito, y ese tipo de éxito no te lleva a decir humildemente: «Sí, supongo que tienes razón. Soy un gilipollas». Más bien te lleva a decir: «¿Quién coño eres tú para decirme que siente la cabeza. ¿No lo entiendes? Soy el rey del puto universo, ¿sabes?». Así que me llevó cerca de un año recomponer mis cosas, volver al camino. Lo peor fue del 87 al 88, cuando buscaba una distensión, una forma de vivir con la bebida y las drogas sin dejarlas del todo. No hace falta decir que no lo conseguí.
TA: ¿Pero la escritura se mantuvo constante durante todo este tiempo?
SK: Hubo nueve meses en los que estuve sin gasolina, deprimido. Y a pesar de lo que dicen algunos, la depresión no favorece la buena o la mala escritura. Pero luego volvió. Cuando dejé la droga y el alcohol, mi sensación inmediata fue: «He salvado mi vida, pero tendrá un precio porque ya no tendré nada que me haga vibrar». Pero disfruté de mis hijos. Mi mujer me quería y yo a ella. Y con el tiempo la escritura volvió y descubrí que la escritura era suficiente. Lo estúpido es que probablemente siempre lo había sido.
TA: Después del accidente, ¿tuviste la tentación de volver a beber?
SK: No, nunca. Si ese tipo me hubiera atropellado en 1986 me habría matado en el acto porque mi cuerpo ya estaba jodido entonces, pero yo estaba en bastante buena forma cuando me golpeó, hacía mucho ejercicio. Sales de algo así y no piensas en el alcohol. Piensas en que te duele todo el tiempo.
TA: Cuando estés en forma tengo entendido que piensas desquitarte con el camión que te atropelló. ¿Sientes lo mismo por su conductor?
SK: Bueno, es un tipo que solo tiene medio cerebro. No puedo culparlo. Si me hubiera atropellado a propósito, sí. Quiero decir que a veces tengo fantasías de enfrentarme a él. Pero Brian Smith es como dijo Gertrude Stein sobre Los Ángeles: «No hay ahí allí».
TA: Casi parece que todo el accidente está escrito, de una manera sombría. ¿Ha cambiado tu idea del destino?
SK: Esa es una gran pregunta, Tim. No lo sé. Me inclino más por la idea de que alguna fuerza está dirigiendo las cosas. Llámalo destino, llámalo Dios. Hay tantas cosas: si hubiera salido de casa cinco minutos más tarde, o si Tabby hubiera llegado como a menudo lo hacía, y tal vez entonces camino un poco más por el arcén; sigues con las variables. Así que lo que te queda es este tipo que me golpea en una carretera vacía cuando la NASA no puede conseguir que un misil aterrice en Marte con todos los cerebros y la tecnología del mundo. Entonces tal vez pienses que está pasando algo. O tal vez la NASA debería contratar a Brian Smith.
TA: ¿Te ha inspirado el accidente un nuevo tema?
SK: Me ha dado nuevas cosas sobre las que escribir, claro. Aunque sea horrible decirlo, tienes que ponerlo a trabajar para ti. Si no, no significa nada. Y probablemente podría caminar un kilómetro y medio sin la muleta. Así que está bien. Estoy bien.
TA: Tú también debes sentirte diferente ante la muerte.
SK: En cierto modo sientes que tienes un pase libre. Salió el número siguiente al tuyo. Te perdiste el reclutamiento.
[Paramos. King va a la oficina de al lado para contestar el teléfono]
TA: ¿Qué te llevó a querer publicar en Internet?
SK: Ya lo hice una vez con Montado en la bala. Aquello tuvo 500 000 visitas, pero en algunos casos lo regalaron, tratando de bombardear a los lectores de libros electrónicos. Estaba encriptado, pero se rompió por el peso de la encriptación. Era como un maldito dinosaurio. Y eso me volvió loco. Pero al editor le encantó esa parte. Ellos exclaman como un grito de guerra: «No dejes que ocurra como con Napster». No dejes que te roben el fruto de tu esfuerzo artístico, es decir, nuestro dinero. Sabes tan bien como yo que a los editores, a los editores de música, a los jefes de los estudios, les importa una mierda el escritor, el creador. Se preocupan por sus cartillas de ahorro y eso es lo único que les importa.
TA: ¿Te has sentido frustrado a lo largo de los años por la forma en que se te ha publicado?
SK: Oh. La respuesta corta es no. He intentado, de manera educada, trabajar contra eso. Si veo que alguien viene a fotografiarme, me voy esos días. Toda esa mierda para hacerme parecer espeluznante. Les pregunto si cuando van a fotografiar a un escritor negro traen una sandía y un barril para que se siente. Es degradante ser tratado como alguien unidimensional. Pero tienes que tener cuidado si vas por ese camino. Una vez que deciden que eres una puta, quieren ponerte una falda, ¿no es cierto?
TA: ¿Así que The Plant fue una respuesta a eso?
SK: Se me ocurrió ponerlo en la página web. Marsha [su asistente] vendrá en un momento para ayudarme a poner el primer capítulo ahora mismo. ¿Puedes robarlo? Sí. ¿Hay que mentir para robarlo? Sí. Así que si te sientes bien engañándome por un dólar, adelante. Estoy tan nervioso como antes de lanzar la novela por entregas La milla verde… Ha sido un dolor de cabeza y una molestia para mí porque hay mucha gente en la parte editorial que espera que fracase.
TA: ¿Crees que la era del libro está llegando a su fin?
SK: Me gustan los libros, y creo que la edición es vital y que los libros seguirán siendo la base cultural más importante de nuestra sociedad durante años. Están todos esos, del tipo de Kingsley Amis, que llevan años diciendo: «Los libros están muertos, la sociedad va cuesta abajo, bla, bla, páramo cultural, idiotas, idiotas, televisión, música pop, degradación», y entonces aparece algo como Harry Potter, que tiene 734 páginas y vende cinco millones de copias en doce horas. Eso está a la altura de Britney Spears y Eminem. Así que el único recurso que tiene esta gente es decir [Kingsley de nuevo]: «Bueno, J. K. Rowling o Stephen King no son literatura». Bueno, ¡lo siento! Puede que no sea literatura en sus términos, pero seguro que está unos cuantos peldaños por encima de The Real Slim Shady, y lo dice alguien que adora ese álbum de Eminem… La era del libro no ha terminado. De ninguna manera. Pero tal vez la era de algunos libros ha terminado. La gente me dice a veces: «Steve, ¿vas a escribir alguna vez una novela seria?», y con eso se refieren a una novela sobre profesores universitarios que tienen problemas de impotencia o algo así. Y tengo que decir que esas cosas no me interesan. ¿Por qué? No lo sé. Pero me llevó unos veinte años superar esa cuestión, y no avergonzarme de lo que hago, de los libros que escribo… Siempre habrá un mercado para la mierda, por supuesto. ¡Solo mira a Jeffrey Archer! Escribe como los viejos follan, ¿no? ⬥
Referencias
Adams, T. (14 de septiembre de 2000). «The Stephen King interview, uncut and unpublished» en The Observer.
El título definitivo terminó siendo Black House, o Casa Negra en español.
Referencia a una cita de Romeo y Julieta, de William Shakespeare.
«¿Qué hay en un nombre? Lo que llamamos rosa olería tan dulcemente con cualquier otro nombre: igual Romeo, aunque no se llamase Romeo, conservaría la amada perfección que tiene sin ese título. Romeo, quítate el nombre, y a cambio de tu nombre, que no es parte de ti, tómame entera».