Escribir la primera novela
Stephen King explica a los autores noveles cómo deben afrontar la escritura de su primera novela
Artículo escrito por Stephen King y publicado originalmente en la revista The Writer en junio de 1975. Traducción de Óliver Mayorga.
Recordar dónde estaba uno y qué estaba haciendo cuando se enteró de que su primera novela había sido aceptada para su publicación es tan fácil como recordar dónde estaba el día de Pearl Harbor o el 22 de noviembre de 1963
, aunque las circunstancias sean mucho más agradables. Estaba preparando una clase de Literatura Norteamericana en la sala de profesores una tarde lluviosa de marzo de 1973 cuando me llamó mi mujer, tan emocionada y sin aliento que apenas podía hablar. Tenía un telegrama que decía:«CARRIE» ES OFICIALMENTE UN LIBRO DE DOUBLEDAY. 2500 DÓLARES DE ADELANTO A CUENTA DE LOS DERECHOS DE AUTOR. ENHORABUENA, CHICO… EL FUTURO ESTÁ POR DELANTE. BILL.
Desde entonces, los derechos de edición en rústica de Carrie se han vendido por una buena suma y una compañía cinematográfica ha comprado una opción para producirla. Todas estas cosas forman parte de la fantasía, el tipo de cosas a las que un novelista inédito da vueltas en la cabeza, normalmente durante las semanas posteriores al envío por correo de su creación para que la juzguen unos anónimos en un edificio de oficinas de Nueva York.
No todo salió bien con mi primera novela. No llegó a figurar en la lista de superventas de ningún sitio; no fue anunciada con bombos y platillos en las tres primeras páginas de ninguna revista de crítica; y en lo que respecta a Playboy, The New Yorker, The Saturday Review, Time y Newsweek, no existía en absoluto. Lo mismo ocurría con los clubes de lectura.
Pero estoy agradecido por el éxito que tuvo el libro. Lo que me lleva a un consejo casi obligatorio para el novelista principiante: no escribas tu novela pensando en las listas de superventas, ni en las compañías cinematográficas, ni en las grandes editoriales. De hecho, ni siquiera la escribas pensando en publicarla. Escríbela para ti. Es la única manera de salir de uno de los proyectos más agotadores del mundo y seguir siendo capaz de enfrentarse al rechazo con la ecuanimidad aún intacta.
Si realmente quieres escribir una novela, debes entender exactamente en qué te estás metiendo antes de empezar. La novela exigirá un tremendo gasto de energía mental y espiritual por tu parte, y nunca tendrás una buena perspectiva de lo que has hecho; es imposible ser objetivo sobre tu propio trabajo creativo. Puede que dediques dos horas al día durante dos años, vacaciones incluidas, a escribir un libro que apesta. Puede que termines tu novela de suspense sobre espías de la Guerra Fría y descubras que otro escritor o los propios acontecimientos te han adelantado. O puedes terminar lo que consideras un buen libro y recibir el rechazo de docenas de editoriales, ese tipo de cartas en las que tu nombre aparece escrito a máquina sobre un deprimente formulario impreso. Estos tópicos reproducidos a máquina («no nos parece adecuado», «el número de envíos nos impide hacer una crítica»…) son desconcertantes y enloquecedores, porque te dicen lo que ha pasado, que no les ha gustado, pero no por qué.
Así que puedes emplear todo este esfuerzo y no avanzar más. E incluso si recibes alguna crítica personal, puede que no estés de acuerdo con ella. ¿A quién creer?
Empieza por creerte a ti mismo. Si sigues pensando que la novela es buena, pero no consigues publicarla tal como está, debes reescribirla. Y si descubres que la mayoría de las críticas que has recibido giran en torno a un mismo punto —una caracterización improbable, una trama que se desvía hacia la irrealidad, una motivación pobre, lo que sea—, debes decidir si esas cosas se pueden arreglar. Debes reconocer que una novela terminada es como una maraña de papel matamoscas en la que tú estás en medio. Nunca podrás librarte de ella por completo, pero debes intentarlo. Cierta objetividad es posible, y tendrás que hacer acopio de toda la que puedas. Y si decides que la novela no tiene arreglo, deberás guardarla en un cajón del escritorio. La decisión final de que una novela está muerta solo te pertenece a ti.
Carrie fue mi primera novela publicada, pero en realidad no fue mi primera novela; mis tres primeros libros nacieron muertos. Intenté decirme a mí mismo que una reescritura radical los devolvería a la vida. No es cierto, y sobrio lo reconozco y lo acato. Incluso una novela muerta puede aportar a un escritor una valiosa experiencia para la siguiente. Por lo menos, ya no eres un principiante cuando te sientas a escribir el segundo libro.
Los consejos prácticos se dan más rápidamente. En respuesta a algunas de las preguntas más frecuentes:
¿Qué debo leer para prepararme?
Si quieres escribir novelas, léelas. Lee todo lo que te interese aunque sea remotamente. Si lees crítica literaria, procura leerla estrictamente como entretenimiento. Los críticos de ficción tienen su lugar, pero no dejes que te pongan en un estado de ánimo en el que estés considerando las tendencias literarias mientras escribes en lugar de lo que realmente querías decir.
Hay dos novelas que me gustaría recomendar porque creo que pueden servir de modelos útiles al aspirante a novelista. Ambas son primeras novelas: El cartero siempre llama dos veces, de James M. Cain, y First Blood, de David Morrell. La novela de Cain es un producto de los años treinta, la de Morrell de los sesenta. La principal virtud de ambas novelas es que son cortas. Utilizan muchos diálogos que hacen avanzar la historia pero que parecen tan naturales como el habla oral. (El libro de Cain está lleno de jerga que ahora suena peculiar a nuestros oídos, pero en los años treinta, así era como hablaba la gente). Ninguno de los dos libros desperdicia una palabra; ninguno permite que la atención del lector se desvíe. No es tan difícil evitar las arenas movedizas de la verbosidad, pero ¡ay del principiante cuando se ve atrapado en ellas! A las veinte páginas del libro de Cain o de Morrell, el autor ya te tiene esposado. Si puedes terminar de escribir una novela que, en tu opinión, se compare favorablemente con una o ambas, yo diría que has tenido un buen comienzo.
¿Qué ventajas tienen las novelas sobre los relatos cortos?
La mayor ventaja es que la novela permite cometer más errores. Un fallo estilístico, un hilo argumental que se cuelga o un personaje que suena falso pueden arruinar un relato corto, pero esos defectos pueden extenderse desordenadamente por un libro como Moby Dick o Una tragedia americana, de Dreiser, y ambas son grandes novelas de una manera estrepitosa. Una novela es como una epopeya en pantalla panorámica, con Cinerama 70 y sonido estereofónico. Un relato corto se parece más a una buena foto tomada con una cámara Brownie. En la epopeya, una mala actuación puede quedar disimulada por una docena de buenas actuaciones, pero en la foto, un solo defecto, por pequeño que sea, salta a la vista. Ten en cuenta, sin embargo, que ni siquiera una novela larga excusará muchos errores.
Y las ventajas tradicionales del formato más extenso siguen siendo válidas: los personajes tienen más espacio para respirar y crecer; se pueden decir más cosas de forma temática; se pueden entrelazar muchos hilos argumentales en lugar de contentarse con uno o dos de una historia corta; y si te gusta jugar con símbolos (que no es muy diferente de jugar con cerillas y puede tener los mismos resultados), te está dando mucho más espacio para jugar con ellos. Ahora ve a tu biblioteca local, coge un ejemplar de Whipple’s Castle, de Thomas Williams (Random House), y mira cómo todas estas cosas pueden confluir y crear una novela casi perfecta.
¿Qué punto de vista es mejor?
Depende de tu libro, de tus personajes y de tus propias inclinaciones, por supuesto, pero es más fácil no meterse en líos si empleas la primera persona. Es limitada y te obliga a contar la historia de forma más ajustada. Una novela contada en primera persona tiene todas las ventajas e inconvenientes de un trolebús sobre raíles: es difícil perderse, pero claro, tampoco puedes ir a tantos sitios. Te ves obligado a esforzarte más y a ser más inteligente a la hora de expresar los puntos de vista de otros personajes, y la primera persona suele tener el efecto de forzar la historia a avanzar implacablemente.
¿Alguna regla de oro para los novelistas noveles?
Aparte de escribir para complacerse a uno mismo, solo recomendaría una: escribir todos los días. El hecho básico de las novelas —que se puede reconocer sin ni siquiera leer una— es que incluso las cortas contienen muchas páginas. Tu manuscrito mecanografiado puede tener de ciento treinta páginas en adelante.
Piensa en un manuscrito de novela de ciento treinta páginas. Si eres un escritor rápido, puedes llenar una página en blanco con palabras mecanografiadas (a doble espacio) en veinte minutos. Eso son sesenta horas de composición para completar tu libro (por delante aún tienes un segundo borrador y posiblemente un tercer borrador de pulido). Son ciento ochenta horas de trabajo. Puede que no parezca mucho: son menos de cinco semanas según el reloj. Pero, a menos que se tenga la suerte de contar con un cómodo fondo fiduciario o un gran paquete de acciones de primera línea, rara vez se puede hacer de la escritura de una novela la ocupación principal. Hay que robarle tiempo, a menudo a cosas que realmente te gustan. Si antes pasabas el día libre viendo un partido de fútbol o ayudando a los niños a construir un coche de carreras, ahora te encuentras encerrado en una habitación pequeña, intentando decidir si Marcy odia realmente a su novio Tommy como para matarlo.
Y el trabajo creativo es agotador. No es un trabajo de cadena de montaje en el que puedas dejar que tus manos y tus reflejos tomen el mando; durante esas ciento ochenta horas tendrás que esforzar cada centímetro de tu cerebro para cubrir un paisaje interior de trama, imagen, personaje, tema… y luego están las horas que pasarás incluso cuando no estés escribiendo realmente, sino analizando, releyendo y tratando de averiguar hacia dónde vas a continuación.
Creo que mucha gente subestima estos durísimos obstáculos entre la primera página y el final, y por eso hay tantas novelas inacabadas acumulando polvo en los cajones de los escritorios. Como los malabares, es más difícil de lo que parece. El escritor novel puede deprimirse e intimidarse al saber que tiene por delante cuatro meses u ocho meses o un año de trabajo, unido al hecho de no saber si su obra es buena o mala; esto puede ser devastador. Fue Mark Twain quien dijo que la novela es primero el juguete del autor, luego su amante, después su amo y, por último, un tirano delirante.
En un número reciente de The Writer, Borden Deal hablaba de ese inevitable instante de repulsión que se produce al sentarse ante la máquina de escribir. Creo que le ocurre a la mayoría de los escritores: ese instante justo antes de que sus dedos empiecen a mover las teclas, cuando piensan: «Bueno, es hora de volver a coger este pescado muerto y ver cómo huele hoy». Es el instante en el que el escritor acelera su conciencia hasta esa marcha rápida que los humanos perezosos rara vez utilizan; el instante en el que cuenta con tristeza las páginas que le quedan por escribir.
Este momento de repulsión parece no desaparecer nunca; hay que superarlo de nuevo cada día. Escribir es una función adquirida, no natural. El escritor debe adquirir el hábito de escribir si quiere hacer algo importante.
Así que escribe. Una página cada vez, o una palabra cada vez. Y piensa: si puedes escribir dos páginas al día durante dos años, habrás escrito 1460 páginas, un manuscrito del tamaño de Lo que el viento se llevó. Puede que sea un pésimo manuscrito de 1460 páginas, por supuesto; no estoy tratando de equiparar cantidad con calidad. Pero habrás superado el obstáculo con el que tropiezan tantos que intentan hacer el mismo trabajo: habrás llenado el espacio en blanco. Igual que Shakespeare, Faulkner, Milton y J. D. Salinger tuvieron que llenarlo. Así que deja de leer y ponte a escribir. Y afronta el trabajo con buen ánimo y verdadero entusiasmo. El secreto definitivo de esta industria es que escribir novelas es divertido. ⬥
Referencias
King, S. (junio de 1975). «Writing a First Novel» en The Writer.