El principal entretenimiento de Bangor
Stephen King nos habla de sus últimos descubrimientos en la radio (y que no escucharás en «American Idol»)
Columna escrita por Stephen King y publicada en Entertainment Weekly el 30 de abril de 2004. Traducción de Javier Martos.
Iba a comenzar esta columna acribillando a American Idol, pero después de estar sentado unos veinte minutos delante del ordenador con la pantalla en blanco, salvo por el parpadeante cursor negro, he decidido admitir mi derrota. ¿Es Idol la cerveza O’Douls de la música estadounidense? Seguro que sí. El pop estadounidense nunca ha sido muy picante —recuerdo escuchar a Perry Como canturrear Hot Diggity cuando aún llevaba pantalones cortos— y arremeter contra la más reciente generación de jóvenes con sonrisas esperanzadas y aburridos repertorios sería como atacar un pastel de crema. Se me ocurre un chiste al respecto: Wynton Marsalis sale de un ascensor con una gran sonrisa en la cara. «Tío —dice—, ¡este sitio es puro rock!».
Lo que antes solía ser puro rock (siempre que pudieras librarte de Karen Carpenter y los Cowsills, por supuesto) era la radio. Más tarde, la maquinaria de las listas de éxitos se perdieron un poco en un revoltijo de rap malo, estúpidas bandas de adolescentes y vocalistas —masculinos y femeninos— que sonaban todos como Michael Jackson. Si querías escuchar rock, tenías que irte a una emisora de radio de rock clásico… Lo sabré yo, que soy el dueño de una. El problema del rock clásico es que escuchas tantas veces Walk This Way de Aerosmith que terminas huyendo a otra emisora. (Pero sigue siendo mejor que Kelly Clarkson).
Sin embargo, esta historia tiene final feliz. Alguien me regaló una radio por satélite XM. Como propietario de una estación local (en Bangor, Maine), di por sentado que debía odiar las radios por satélite, pero con más de cien canales y capacidad multiformato sin publicidad, es casi seguro que serán el futuro de la radio (dando por hecho que tengan uno, por ahora una cuestión abierta). Después de unos doce años escuchando la radio cada vez menos, de pronto me encuentro escuchándola de nuevo todo el rato. Y he encontrado el sitio donde el rock and roll ha ido a parar: el canal X Country de XM. Ahí, el pinchadiscos/roquero-country Webb Wilder parece estar en el aire no todo el tiempo pero casi, y el eslogan es «Estamos dándole fuerte al country». El canal X Country ha logrado recuperar ese correoso híbrido entre el rock y el country llamado rockabilly, que está vivito y coleando y dando duro.
El trabajo de la radio musical desde mediados de los años treinta ha sido doble: primero, haceros escuchar música; y segundo, llevaros a la tienda de discos. Si yo soy una razón representativa de por qué la industria de la música ha atravesado tiempos difíciles últimamente (puede que haya comprado menos de cuarenta discos en los últimos cuatro años, la mayoría de ellos compilaciones), entonces Wilder y sus cohortes ocasionales en X Country (Zydeco Satellite Cowboy puede ser el más memorable) son probablemente una muy buena noticia para esos angustiados departamentos de búsqueda de talentos y supervisión de grabaciones, sobre todo para los sellos más pequeños. Esto es lo que estoy escuchando estos días como antídoto para American Idol. Cada uno de estos discos llamó a mi puerta y me hizo levantarme. Un par de ellos me pusieron la carne de gallina de la cabeza a los pies, y creo que ninguno pertenece a las grandes compañías discográficas. Tengo claro que no escucharéis mucho de esta lista en vuestras radios convencionales:
Wheels of Fortune, de los Flatlanders (New West): probablemente sea el disco más country de todos, pero estos chicos —Joe Ely, Butch Hancock y Jimmie Dale Gilmore— llevan rondando por aquí bastante tiempo y tocan magníficos (y sentimentales) temas.
26 Days on the Road, de los Twangbangers (Hightone): la materia prima de aquí es country puro, pero ojo, porque el rockabilly —culminado con una feroz versión de ocho minutos de «Hot Rod Lincoln» de Charlie Ryan— se acerca mucho al pop. Endiabladamente divertido, por cierto.
Wishbones, de los Slaid Claves (Philo): los Cleaves cuentan historias vistosamente compactas con una voz embalada con polvo de Texas. Se incluye un mes de reuniones de AA en «Drinkin’ Days» y el resumen de una novela de Annie Proulx en la balada de cuatro minutos «Quick as Dreams».
Tangled in the Pines, de los BR549 (Dualtone): no tengo ni idea de lo que significa BR549, y es muy difícil de recordar, pero este disco es alegre y fresco. Desde los temas de apertura, como la rimbombante «That’s What I Get», hasta un homenaje a Elvis («No Train to Memphis»). No hay nada que no pueda gustaros.
Live in Aught-Three, de James McMurtry y los Heartless Bastards (Compadre Records): He dejado lo mejor para el final. Si algún disco de esta lista merece «aparecer» en un sentido cultural más amplio, es este. Que Live in Aught-Three sea probablemente el mejor álbum en vivo de los últimos cinco años es un buen comienzo; que sea una magnífica introducción a los álbumes de estudio de McMurtry (Saint Mary of the Woods, por ejemplo, en el sello Sugar Hills) para los nuevos oyentes es aún mejor, pero no solo eso: puede que James McMurtry sea el compositor más auténtico y feroz de su generación, y si no me creéis, echadle un vistazo a este álbum y escuchad «Levelland». Mejor aún, escuchad el desmelenado y psicópata tema sureño llamado «Choctaw Bingo». No ha habido nada parecido desde el álbum Highway 61 Revisited de Dylan. Y tampoco nada parecido en American Idol. Y probablemente eso sea algo bueno.
La cabeza de Simon
explotaría. ⬥Referencias
King, S. (30 de abril de 2004). «Head-Bangor’s Ball» en Entertainment Weekly.
Simon Cowell de American Idol.