Columna escrita por Stephen King y publicada en Entertainment Weekly el 13 de febrero de 2004. Traducción de Javier Martos.
He estado enfermo. Neumonía. Tres semanas en el hospital. Ahora me siento mejor. ¿Me habéis echado de menos? Después de esta columna, quizá no. Pero, si recordáis el comienzo de todo esto, os advertí de que os diría exactamente lo que pensaba de la cultura popular estadounidense, y si no os gusta… eh, tomad un cuarto de dólar y llamad a alguien a quien le importe. Y como dice la vieja fábula de la tortuga que cruza el río: «Tú ya sabías que yo era un escorpión cuando aceptaste llevarme».
Más o menos una semana después de salir del hospital, tuve que volver para hacerme unas radiografías. Como estaba demasiado débil para conducir, nuestro conserje de toda la vida me llevó. Lo llamaré Josh. Josh es un tipo de unos cuarenta y tantos años, un hombre de armas, camioneta y bosques, un buen marido y padre; un taciturno yanqui de Maine, sí, pero un tipo honesto en todos los sentidos.
De camino al hospital, saqué el tema de Michael Jackson, que recientemente había sido arrestado y fichado por el departamento del sheriff de Santa Bárbara. Hice un comentario bastante vago, al menos eso es lo que recuerdo, algo como «Michael se ha metido en un problema», y mi taciturno conserje yanqui… bueno… estalló.
Josh afirmaba que le habían robado la vida a ese pobre hombre; lo habían hecho sin una buena razón y sin pruebas. Había quedado relegado a lo que él llamaba «estúpidas entrevistas en televisión», para poder pagar los salarios de su numeroso personal y mantener sus propiedades, incluida la que Josh llamó «Nevermore». (Como lector de Poe, me gustó eso).1
Me fascinaba oír a este hombre —que vive con su familia en una casa de ocho habitaciones— defendiendo el opulento estilo de vida de Jackson. Cuando le pedí que se explayara sobre el tema, Josh frunció el ceño y dijo que «Michael Jackson viene haciendo diez millones de dólares al año. Y las expectativas decían que eso iba a seguir siendo así durante muchísimo tiempo. ¿Por qué no iba a gastarse ese dinero en propiedades? Y claro, tener propiedades implica necesariamente tener empleados. Y entonces van ellos y empiezan a lanzar un montón de acusaciones, y ahora él se encuentra a las puertas de perder todo aquello por lo que ha trabajado tanto».
Ellos. Ellos. ¿Quiénes, quería saber yo, eran ellos?
Según Josh, el sheriff del condado de Santa Bárbara, Jim Anderson, era el Ellos n.º 1; Anderson llevaba enemistado con Jackson desde hacía muchos años. Lo bastante como para detenerlo por unos cargos que cualquier abogado astuto, sin ningún tipo de interés en el caso (y sin ninguna intención de aparecer en la CNN), habría considerado poco consistentes. Además, añadió Josh, estaba la parte acusadora: un niño desconocido (enfermo con cáncer, algo que Josh advirtió como una treta de Anderson para ganarse el voto del público), su desconocido hermano y su todavía desconocida madre. Según Josh, el caso le recordaba a aquel otro escándalo de abuso de menores de los años ochenta, cuando cada dos por tres salía a la luz que una guardería o un centro escolar en Estados Unidos estaba gestionado por un monstruoso violador de niños.
Aguardé callado en mi asiento, preguntándome si Josh habría leído o visto The Children’s Hour de Lillian Hellman y Las brujas de Salem de Arthur Miller. Sospechaba que no, durante su tiempo libre, Josh es de los que ve Frasier. Pero luego pensé que había puesto el dedo en la llaga, y aún lo pienso. No había terminado aún. Cuando enfiló el camino de entrada del hospital, mencionó el Ellos n.º 3.
La prensa estadounidense.
«En este país uno era inocente hasta que se demostraba lo contrario», dijo Josh. «Incluso siendo un tío con unas pintas tan raras como Michael Jackson. Pero ¡mira ahora! La televisión y los periódicos prácticamente lo han crucificado».
Desde entonces he pensado muchas veces en aquella conversación, y ¿sabéis qué? Creo que Josh tenía razón. Creo que es muy triste que esos presentadores piensen que está bien burlarse de un hombre tan excéntrico y obviamente trastornado. Es terrible, casi enfermizo, que en los titulares del New York Post o del New York Daily News lo llamen Wacko Jacko o (cuando lo fotografían con un paraguas) Scary Poppins. Quizá haya abusado de niños, eso lo decidirá el jurado, pero, ahora mismo, damas y caballeros, es tan inocente como vosotros. En este momento, solo es un tipo con un montón de excentricidades, nacido en una familia donde tenía que pasarse todo el tiempo cantando y bailando, siendo el principal baluarte, porque él y Janet eran, claramente, los únicos que realmente sabían hacerlo. Cuando te roban la infancia, tal vez no sea tan raro que intentes recuperarla cuando llegas a la mediana edad.
Nada de esto justifica que Michael Jackson duerma con niños, ni siquiera con el consentimiento de sus padres. No suelo ser políticamente correcto en mis discursos, pero esa conducta es a todas luces inapropiada, por mucho que diga que solo se queda tendido en la cama a su lado, contemplando lo que él llama «el rostro de Dios». Seamos claros en este punto: AUNQUE SIN DUDA ES MUY RARO, NO SE LE ACUSA POR ESO.
Ni aclara la duda que estoy planteando aquí. Lo que me pregunto es si este país sigue siendo un país en el que una persona tan peculiar como Michael Jackson puede recibir un juicio justo y ser considerado inocente hasta que se demuestre lo contrario… o si es un corral del siglo XXI donde podemos coger al gallito que hace el moonwalk y picotearlo hasta la muerte.
Venga, decidme, es solo una pregunta. ⬥
Referencias
King, S. (13 de febrero de 2004). «You Don’t Know Jackson» en Entertainment Weekly.
El nombre de la residencia de Michael Jackson era realmente Neverland (como el país de Nunca Jamás de Peter Pan, de J. M. Barrie) pero el conserje de King lo confunde con Nevermore (como el «nunca más» de El cuervo, de Edgar Allan Poe).