Entrevista a Stephen King en «Playboy»
Una conversación sincera sobre fantasmas, vampiros, grandes cantidades de dinero y otras truculentas historias de terror con el autor de «Carrie» y «The Shining»
Entrevista realizada a Stephen King por Eric Norden y publicada originalmente en la revista Playboy en junio de 1983. Traducción de Óliver Mayorga.
A principios del invierno de 1972, un ama de casa de Maine que limpiaba el polvo del estudio improvisado de su marido sacó de la papelera un manuscrito desechado y se sentó a leerlo. Cuando Stephen King regresó de dar clases de Lengua en el instituto esa misma tarde, su mujer, Tabitha, le convenció de que retomara el trabajo en la novela abandonada, a pesar de que estaba convencido de que «había escrito el mayor fracaso del mundo». Varios meses después, presentó la versión revisada a Doubleday & Company en Nueva York. Carrie, un retorcido cuento de hadas sobre una adolescente fea transformada en un despiadado motor de destrucción psíquica, fue adquirida por Doubleday en marzo de 1973 por un anticipo de 2500 dólares y posteriormente se vendieron unos modestos 13 000 ejemplares en tapa dura. Las críticas fueron escasas y variadas; algunos tacharon la novela de obra mediocre, pero el crítico del New York Times, Newgate Callendar, la aclamó como «brillante… Una primera novela que te garantiza un escalofrío». Los derechos para la gran pantalla fueron adquiridos por United Artists, y la versión cinematográfica de Brian De Palma, protagonizada por Sissy Spacek y John Travolta, fue un éxito comercial y de crítica, mientras que New American Library pagó 400 000 dólares por los derechos de publicación en rústica y vendió más de 2 500 000 ejemplares. King, apodado «el maestro moderno del terror» por The New York Times, había irrumpido en la escena editorial y había iniciado su meteórico ascenso en las listas de los más vendidos.
Su segunda novela, ‘Salem’s Lot (originalmente titulada The Second Coming), se publicó en 1975 y trataba de una plaga de vampiros que aterrorizaba y avasallaba a una pequeña comunidad de Maine.
La edición de bolsillo vendió 3 000 000 de ejemplares y llevó a King al primer puesto de la lista de libros más vendidos del New York Times. Los derechos cinematográficos se vendieron a Warner Bros., que en 1979 estrenó una película de cuatro horas, en dos partes, hecha para la televisión y protagonizada por David Soul. De todos sus libros, ‘Salem’s Lot sigue siendo el favorito de King, y está planeando una secuela.
En rápida sucesión, King publicó The Shining (1977), The Stand (1978) y Night Shift (1978), una colección de relatos de estilo Grand Guignol. The Shining vendió más de 50 000 ejemplares y fue su primer superventas en tapa dura. La novela, un relato estremecedor sobre la destrucción de una familia por un viejo hotel que se ha convertido en un depósito de maldad sobrenatural, tuvo una acogida favorable por parte de la crítica, que hasta entonces había ignorado a King o lo había descartado como otro maestro del terror. En 1980, la fastuosa producción cinematográfica (18 000 000 de dólares) de Stanley Kubrick sobre el libro, protagonizada por Jack Nicholson, fue rotundamente criticada, aunque fue un sólido éxito de taquilla y se encuentra entre las veinte películas más rentables estrenadas por Warner Bros.
The Stand, una novela sobre un desastre futurista de 800 páginas con matices místicos, fue un éxito de ventas y recibió críticas mixtas, ya que fue la obra más ambiciosa de King, mientras que otros consideraron que era prolija y pretenciosa.
Con la publicación de The Dead Zone en 1979, King podría haberse sentido molesto por la dividida reacción de la crítica a su obra, pero también podía permitirse el lujo de ir llorando hasta el banco. Había dejado Doubleday y firmado un contrato de tres novelas por 3 000 000 de dólares con New American Library. Trabajando al ritmo de un libro al año, King siguió a The Dead Zone con Firestarter en 1980, Cujo en 1981 y, en 1982, una colección de cuatro novelas, Different Seasons, que se vendió al Book-of-the-Month Club por 500 000 dólares y fue uno de los libros de tapa dura más vendidos del país en 1982. Danse Macabre, un estudio de no ficción sobre el horror en la literatura, el cine y los medios de comunicación, fue publicado por Everest House en 1981 y fue aclamado por el Philadelphia Inquirer como «uno de los mejores libros sobre la cultura popular americana de finales del siglo XX».
A principios de los años ochenta, King se convirtió en el único autor de la historia en tener tres libros simultáneamente en las listas de los más vendidos del New York Times en tapa dura y blanda. Con la publicación en abril de 1983 de Christine, la historia de un chico y su embrujado Plymоuth Fury de 1958, se calcula que se imprimieron 40 000 000 de ejemplares de libros de King en todo el mundo. También se diversificó y escribió el guion y protagonizó uno de los cinco segmentos de la película tragicómica Creepshow de George Romero, director de The Night of the Living Dead. Según Douglas Winter, autor del reciente estudio crítico The Readers Guide to Stephen King: «En menos de diez años, King se ha convertido en el escritor de ficción de terror más popular de todos los tiempos, un fenómeno editorial cuyo éxito, una combinación de talento y ritmo, parecía inevitable».
Para examinar la obra e indagar en la psique de este maestro de lo macabro, Playboy envió al novelista Eric Norden a Bangor, Maine, donde King vive con su mujer y sus tres hijos. Norden informa:
«Era una mañana de niebla y llovizna de finales de noviembre cuando me presenté en la extensa mansión victoriana de veinticuatro habitaciones de los King, repleta de torreones gemelos y una valla de hierro forjado negro. La reja de la imponente puerta de entrada estaba formada por una intrincada tela de araña coronada por dos murciélagos metálicos que se posaban en ella, tan grandes y atractivos como los buitres. Era una guarida adecuadamente siniestra para el escritor al que un crítico hostil había llamado “Wizard of Ooze”1. Pero la puerta no chirriaba, y cuando King salió tambaleándose a la lluvia para recibirme, su aspecto era desarmante.
»Mide 1,90 metros y pesa 90 kilos, es un hombre genial con una sonrisa contagiosa y unos ojos azules desconcertantemente tiernos detrás de unas gruesas gafas con montura de cuerno. Su pelo negro azabache pasa por encima de una ceja y se enrosca en la nuca, y su barba es espesa pero bien recortada. (Aficionado al béisbol, se la deja crecer todos los años al final de las series mundiales y se la afeita cuando empieza la temporada de primavera). Vestía de manera informal con una camisa de trabajo Levis azul desteñida, pantalones vaqueros, chaqueta de cuero negro para moto y botas de gamuza desgastada, su uniforme diario en Bangor, que describe cariñosamente como “una ciudad dura, una ciudad de trabajadores que beben mucho”.
»El interior de la casa disipa rápidamente la fachada de Charles Addams; se trata de una serie de habitaciones amplias y ventiladas, decoradas con buen gusto al estilo tradicional de Nueva Inglaterra y presididas por un ama de llaves a tiempo completo. Dos secretarias atienden el despacho de King, donde escribe 1500 palabras entre las 8:30 y las 11:30 todas las mañanas del año, excepto en Navidad, el 4 de julio y su cumpleaños. La cabeza conservada de una serpiente de cascabel encerrada en un globo de cristal ocupa un lugar de honor en su escritorio, y le gusta decir a los entrevistadores que escribe como lo hace porque tiene el corazón de un niño pequeño: “De hecho, lo tengo en casa en un frasco sobre mi escritorio, como le gustaba decir a Robert Bloch, el autor de Psycho”.
»King trabaja con un procesador de textos Wang, que actualmente está conectado por teléfono a un modelo de IBM que pertenece al escritor Peter Straub (Ghost Story), con quien está colaborando en una próxima novela de terror titulada The Talisman, cuya publicación está prevista para 1984. (Otros trabajos en curso son una novela sobre las costumbres funerarias, Pet Sematary —no son errores tipográficos, sino que procede de la ortografía de un niño—, Night Moves, una antología, e It, una obra magna de terror sobre un monstruo en las alcantarillas que podría superar las 2000 páginas cuando esté terminada). King es compulsivo con su producción y sufre dolores de cabeza e insomnio si se retrasa. Pero no es quisquilloso con las condiciones de trabajo: sus hijos entran y salen libremente de su estudio cuando está escribiendo, y a menudo escribe al son de rock duro.
»King es un padre cariñoso y protector y disfruta de una estrecha relación con sus tres hijos, Naomi, de doce años; Joe, de diez; y Owen, de cinco. Suelen ver películas de terror juntos en la consola Panasonic Cinemavision, que domina un rincón de la guarida repleta de juguetes. (Un memorable almuerzo a mitad de nuestra entrevista, King mandó pedir Big Macs mientras proyectaba Blood Feast (ídem, Herschell Gordon Lewis, 1963), un cut-and-slasher especialmente sangriento de los años sesenta, y no paraba de decirme: “Adelante, cómete otra hamburguesa” mientras destripaban a una actriz y devoraban su hígado chorreante de sangre a todo color).
»La relación de King con Tabitha es igualmente estrecha. Se conocieron cuando ambos eran estudiantes en la Universidad de Maine y se casaron en 1971. Tabitha, una atractiva morena de poco más de treinta años, es una autora de talento por derecho propio, y su novela fantástica de humor negro, Small World, se publicó en 1981. Cálida y comprensiva, Tabby es también una mujer seria y práctica, un hecho que King agradece y al que atribuye el mérito de haberle ayudado a evitar las trampas de la celebridad. Sus hijos no se sienten más abrumados por la fama de su padre que su madre: “Cuando estoy a punto de salir de gira publicitaria para uno de los libros, Owen solo dice: ‘Oh, papá va a salir para ser Stephen King otra vez’”, observa King con pesar.
»King parece sinceramente poco impresionado por ser multimillonario; todo su dinero lo maneja un contable neoyorquino, que le da 200 dólares semanales para sus gastos. “El resto está en el papel, y ni siquiera sé cuánto valgo”, explica. Su estilo de vida es sencillo y sin pretensiones —le encanta salir cada semana a jugar a los bolos con los chicos y practicar de vez en cuando el esquí de fondo—, con la excepción de algunas extravagancias, como los dos Mercedes de la familia. Un lujo notable es una moderna casa de verano de once habitaciones en la cima de una colina con vistas al solitario lago Kezar, en las estribaciones de las Montañas Blancas. Allí se desarrolló gran parte de nuestra entrevista para evitar las omnipresentes llamadas telefónicas de larga distancia de editores, agentes, redactores y productores de Hollywood que acosan a King en Bangor.
»Mientras los bancos de niebla otoñal atravesaban el lago el primer día de las dos semanas que pasaría entrevistando a King, comencé preguntándole qué sentía al ver cumplida una fantasía».
PLAYBOY: El protagonista de ‘Salem’s Lot, un joven autor en apuros con un gran parecido a su creador, confiesa en un momento dado: «A veces, cuando estoy tumbado en la cama por la noche, me invento una entrevista de Playboy sobre mí. Es una pérdida de tiempo. Solo las hacen a los autores si sus libros son populares». Diez novelas y varios millones de dólares en el banco después, tus libros son populares en todas partes. ¿Qué se siente?
KING: Se siente muy bien. Me encanta. Y, por supuesto, es un estímulo para el ego pensar que voy a ser el tema de una de vuestras entrevistas, con mi nombre en negrita y esas tres fotos de la ficha policial arrastrándose por la parte inferior de la página, encima de las citas en las que realmente metí la pata. Es un honor estar en la compañía estelar de George Lincoln Rockwell y Albert Speer y James Earl Ray. ¿Qué pasó, no pudisteis conseguir a Charles Manson?
PLAYBOY: Te elegimos como nuestro tipo siniestro para este año. La votación no estuvo ni siquiera cerca.
KING: Vale, tregua. En realidad, me alegro, porque cuando intentaba, sin mucho éxito aparente, triunfar como escritor, leía vuestras Entrevistas y siempre representaban un símbolo visible de logro, además de celebridad. Como la mayoría de los escritores, escarbo en mi memoria en busca de material, pero rara vez soy realmente autobiográfico de forma explícita. Ese pasaje que citas de ‘Salem’s Lot es una excepción, y refleja mi estado de ánimo en aquellos días antes de vender mi primer libro, cuando nada parecía ir bien. Cuando no podía dormir, en ese agujero negro de la noche en el que todas tus dudas, miedos e inseguridades te asaltan, gruñendo, desde la oscuridad —lo que los escandinavos llaman la hora del lobo—, solía tumbarme en la cama preguntándome alternativamente si no debería tirar la toalla, tejiendo fantasías masturbatorias de realización de deseos en las que yo era un autor exitoso y respetado. Y ahí es donde entraba mi entrevista imaginaria en Playboy. Me imaginaba tranquilo y sereno, magistral, respondiendo con lucidez y razonamiento a las preguntas más difíciles, haciendo rebotar aperçus brillantes en las paredes como si fueran pelotas de tenis. Ahora que estás aquí, ¡probablemente no haga más que vomitar incoherencias! Pero supongo que fue una buena terapia. Me hizo pasar la noche.
PLAYBOY: La forma en que has pasado las noches va a ser un tema importante de esta entrevista. ¿Te fascinaban las historias de fantasmas cuando eras niño?
KING: Los fantasmas y las cosas que se mueven en la noche… lo que sean, me encantan. Algunas de las mejores historias de aquellos días las contaba mi tío Clayton, un gran personaje que nunca perdió su sentido de la maravilla. El tío Clayt se echaba la gorra de caza hacia atrás sobre su melena blanca, liaba un cigarrillo Bugler con una mano con manchas oscuras, lo encendía con una cerilla Diamond que raspaba en la suela de la bota y se lanzaba a contar grandes historias, no solo sobre fantasmas, sino sobre leyendas y escándalos locales, andanzas familiares, las hazañas de Paul Bunyan, todo bajo el sol. Yo escuchaba embelesado ese lento modo de hablar del Este suyo en el porche de una noche de verano, y me encontraba en otro mundo. Un mundo mejor, tal vez.
PLAYBOY: ¿Este tipo de historias desencadenaron tu interés inicial por lo sobrenatural?
KING: No, eso se remonta hasta donde puedo recordar. Pero el tío Clayton era un gran tejedor de cuentos. Era original. Podía «alinear» abejas, ya sabes. Ese es un talento rural peculiar que te permite seguir a una abeja desde una flor hasta su colmena, a veces durante kilómetros, a través de bosques, zarzas y ciénagas, pero nunca perdió una. A veces me pregunto si tenía algo más que una buena vista. El tío Clayton también tenía otro talento: era zahorí. Podía encontrar agua con un viejo trozo de madera bifurcada. Cómo y por qué no estoy seguro, pero lo hacía.
PLAYBOY: ¿Realmente crees en ese cuento de viejas?
KING: Bueno, envolver una herida infectada en una cataplasma de pan mohoso también era un cuento de viejas, y se adelantó a la penicilina en mil años. Pero, sí, al principio era escéptico respecto a la radiestesia, hasta que la vi y la experimenté, cuando el tío Clayton desafió a todos los expertos y encontró un pozo en nuestro propio jardín.
PLAYBOY: ¿Estás seguro de que no sucumbiste al poder de la sugestión?
KING: Claro, esa es una explicación, o tal vez una racionalización, pero tiendo a dudarlo. Creo que es mucho más probable que haya una explicación perfectamente lógica y no sobrenatural para la radiestesia, simplemente una que la ciencia aún no entiende. Es fácil burlarse de estas cosas, pero no hay que olvidar la regla de Haldane, una máxima acuñada por el famoso científico británico J. B. S. Haldane: «El universo no solo es más raro de lo que suponemos, sino que es más raro de lo que podemos suponer».
PLAYBOY: ¿Tuviste alguna otra experiencia psíquica de niño?
KING: Bueno, una vez más, ni siquiera estoy seguro de que la radiestesia fuera psíquica en absoluto, al menos, no en la forma en que ese término se utiliza hoy en día. ¿Fue una experiencia psíquica cuando la gente a principios del siglo XVIII vio piedras cayendo del cielo? Ciertamente, la comunidad científica tardó otros cincuenta años en admitir la existencia de los meteoritos. Pero para responder a tu pregunta, no, nunca experimenté nada más cuando era niño que oliera a paranormal.
PLAYBOY: ¿No hemos leído en alguna parte que tu casa —donde tiene lugar esta entrevista, por cierto— está embrujada?
KING: Oh, claro, por la sombra de un viejo llamado Conquest, que se alejó de este mundo mortal hace unas cuatro generaciones. Nunca he visto al viejo, pero a veces, cuando trabajo por la noche, tengo la sensación de que no estoy solo. Me gustaría que apareciera; tal vez podríamos jugar a las cartas. Nadie de mi generación juega conmigo. Por cierto, murió en el salón, la habitación en la que estamos ahora.
PLAYBOY: Gracias. ¿Podemos considerar, a partir de tus experiencias con la radiestesia y demás, que crees en la percepción extrasensorial y en los fenómenos psíquicos en general?
KING: Yo no diría que creo en ellos. El veredicto científico aún no se ha pronunciado sobre la mayoría de esas cosas, y ciertamente no son nada para aceptar como un artículo de fe. Pero no creo que debamos descartarlas de plano solo porque todavía no podamos entender cómo y por qué funcionan y según qué reglas. Hay una gran y vital diferencia entre lo inexplicable y lo que no lo es, y deberíamos tenerlo en cuenta al hablar de los llamados fenómenos psíquicos. En realidad, prefiero el término talentos inusuales, que fue acuñado por el escritor de ciencia ficción Jack Vance.
Pero es una lástima que el establishment científico ortodoxo no sea más abierto en estas cuestiones, porque deberían ser sometidas a una investigación y evaluación rigurosas, aunque solo sea para evitar que se conviertan en propiedad exclusiva de los chiflados y los sectarios de la franja lunática ocultista.
Hay muchas pruebas de que tanto el Gobierno estadounidense como el soviético se toman el tema mucho más en serio de lo que dicen en público y están realizando estudios de máxima prioridad para comprender y aislar toda una serie de fenómenos esotéricos, desde la levitación y la fotografía Kirlian —un proceso cinematográfico que revela el aura humana— hasta la telepatía y el teletransporte y la psicoquinesis.
Desgraciadamente, y tal vez de forma inquietante, ninguna de las dos partes se ocupa del tema por una búsqueda objetiva de la verdad científica. Lo que realmente les interesa es su potencial militar y de espionaje, como el de descifrar los cerebros de los operadores de los silos de misiles o influir en las decisiones de los líderes nacionales en una crisis. Es una pena, porque de lo que se trata es de desvelar los secretos de la mente humana y explorar la frontera interior. Eso es lo último que debería dejarse en manos de la CIA o la KGB.
PLAYBOY: Tanto Carrie como Firestarter tratan de los talentos inusuales de las jóvenes en el umbral de la adolescencia. ¿Son reelaboraciones ficticias del tema de los poltergeist, popularizado por la reciente película Poltergeist de Steven Spielberg?
KING: No directamente, aunque supongo que hay una similitud. Se supone que la actividad poltergeist es una manifestación repentina de un poder psíquico semihistérico en los niños, generalmente chicas que acaban de entrar en la pubertad. Así que en ese sentido, Carrie, en particular, podría decirse que es una especie de superpoltergeist. De nuevo, no estoy diciendo que haya nada objetivamente válido en el llamado fenómeno poltergeist, solo que esa es una de las explicaciones que se han dado. Pero nunca he investigado seriamente todo el tema, y los casos que he leído parecen estar rodeados de tanta exageración y sensacionalismo al estilo del National Enquirer que tiendo a suspender el juicio. Charlie McGee, la niña de Firestarter, tiene un don específico, si es que esa es la palabra, que va más allá del fenómeno poltergeist, aunque a veces se informa de que está relacionado con él. Charlie puede provocar incendios, puede quemar edificios o, si está entre la espada y la pared, personas.
En cuanto al tema de los talentos inusuales, fue fascinante descubrir, al investigar sobre Firestarter, que existe un fenómeno bien documentado, aunque totalmente desconcertante, llamado piroquinesis, o combustión humana espontánea, en el que un hombre o una mujer se queman en un fuego que genera temperaturas casi inconcebibles, un fuego que parece provenir del interior de la víctima. Hay casos médicamente documentados en todo el mundo en los que se ha encontrado un cadáver quemado hasta quedar irreconocible, mientras que la silla o la cama en la que se encontraba ni siquiera estaba carbonizada. A veces, las víctimas quedan reducidas a cenizas, y sé, por haber investigado las costumbres funerarias para un libro de próxima aparición, que el calor necesario para ello es tremendo. Ni siquiera se puede hacer en un crematorio; por eso, después de que tu cuerpo salga del horno en la cinta transportadora, hay un tipo al otro lado con un rastrillo para machacar tus huesos antes de que te viertan en la pequeña urna que va sobre la repisa de la chimenea.
Recuerdo un caso publicado en la prensa a mediados de los sesenta en el que un niño estaba tumbado en una playa cuando de repente estalló en llamas. Su padre lo arrastró al agua y lo sumergió, pero siguió ardiendo bajo el agua, como si le hubiera caído una bomba de fósforo blanco. El niño murió y el padre tuvo que ir al hospital con quemaduras de tercer grado en los brazos.
Hay mucho misterio en el mundo, muchos rincones oscuros y sombríos que aún no hemos explorado. No deberíamos ser tan engreídos como para descartar de plano todo lo que no podemos entender. ¡La oscuridad puede tener dientes!
PLAYBOY: La oscuridad también ha sido muy lucrativa para ti. Aparte de las fenomenales ventas de los propios libros, ‘Salem’s Lot se vendió a la televisión como miniserie, y Carrie y The Shining se han convertido en largometrajes. ¿Estás satisfecho con los resultados?
KING: Bueno, teniendo en cuenta las limitaciones de la televisión, ‘Salem’s Lot podría haber resultado mucho peor de lo que fue. El especial de televisión de dos partes fue dirigido por Tobe Hooper, famoso por The Texas Chainsaw Massacre, y, aparte de unas cuantas meteduras de pata —como hacer que mi vampiro Barlow fuera exactamente igual que el cadavérico e inhumano acosador nocturno de la famosa película muda alemana Nosferatu—, hizo un trabajo bastante bueno. Sin embargo, respiré con alivio cuando los planes de convertirla en una serie de televisión se vinieron abajo, porque la televisión actual es demasiado institucionalmente débil y poco imaginativa para manejar el verdadero horror.
Carrie, de Brian De Palma, fue estupenda. Manejó el material con destreza y arte y consiguió una buena interpretación de Sissy Spacek. En muchos aspectos, la película es mucho más elegante que mi libro, que sigo pensando que es una lectura apasionante, pero que se ve obstaculizada por una cierta pesadez, una cualidad de Sturm und Drang que está ausente en la película. La versión de Stanley Kubrick de The Shining me resulta mucho más difícil de evaluar, porque sigo siendo profundamente ambivalente. Admiraba a Kubrick desde hacía mucho tiempo y tenía grandes expectativas en el proyecto, pero el resultado final me decepcionó profundamente. Algunas partes de la película son escalofriantes, cargadas de un terror implacablemente claustrofóbico, pero otras se quedan en nada.
Creo que hay dos problemas básicos en la película. En primer lugar, Kubrick es un tipo muy frío —pragmático y racional— y tenía grandes dificultades para concebir, incluso académicamente, un mundo sobrenatural. Solía hacerme llamadas transatlánticas desde Inglaterra a horas extrañas del día y de la noche, y recuerdo que una vez me llamó a las siete de la mañana y me preguntó: «¿Crees en Dios?». Me limpié la crema de afeitar de la boca, pensé un minuto y dije: «Sí, creo que sí». Kubrick respondió: «No, no creo que haya un Dios», y colgó. No es que la religión tenga que estar involucrada en el horror, pero un escéptico visceral como Kubrick no podía entender la maldad inhumana del Hotel Overlook. Así que buscó el mal en los personajes y convirtió la película en una tragedia doméstica con matices vagamente sobrenaturales. Ese fue el fallo básico: como no podía creer, no podía hacer que la película fuera creíble para los demás.
El segundo problema estaba en la caracterización y el reparto. Jack Nicholson, aunque es un buen actor, no era el adecuado para el papel. Su último gran papel había sido en One Flew Over the Cuckoo’s Nest, y entre eso y su sonrisa maníaca, el público lo identificaba automáticamente como un loco desde la primera escena. Pero el libro trata del descenso gradual de Jack Torrance a la locura a través de la influencia maligna del Overlook, que es como un enorme acumulador cargado con un mal lo suficientemente poderoso como para corromper a todos los que entran en contacto con él. Si el tipo está loco para empezar, toda la tragedia de su caída es inútil. Por esa razón, la película no tiene corazón, a pesar de sus brillantes y desconcertantes ángulos de cámara y el deslumbrante uso de la Steadicam. Lo que falla básicamente en la versión de Kubrick de The Shining es que es una película de un hombre que piensa demasiado y siente demasiado poco; y por eso, a pesar de todos sus virtuosos efectos, nunca te agarra por la garganta y te cuelga como debería hacerlo el verdadero terror.
Me gustaría hacer un remake de The Shining algún día, incluso dirigirlo yo mismo si alguien me da suficiente cuerda para ahorcarme.
PLAYBOY: En The Stand, que se ha convertido en una especie de obra de culto para muchos de tus fans, un virus de la gripe que muta rápidamente y que es liberado accidentalmente por el ejército estadounidense acaba con nueve décimas partes de la población mundial y prepara el terreno para una lucha apocalíptica entre el bien y el mal. Ese genocidio final fue presagiado, a una escala más modesta, por Carrie y Firestarter, que concluyen con las protagonistas asediadas haciendo llover muerte y destrucción sobre sus atormentadores y los transeúntes inocentes por igual; por ‘Salem’s Lot, en la que se quema la ciudad al final; y por la explosión y el incendio del Hotel Overlook al final de The Shining. ¿Hay un pirómano o un bombardero loco dentro de ti que grita por salir?
KING: Claro que sí, y ese lado destructivo mío desemboca en mis libros. Jesús, me encanta quemar cosas, al menos en papel. No creo que un incendio provocado sea ni la mitad de divertido en la vida real que en la ficción. Uno de mis momentos favoritos en toda mi obra se produce en medio de The Stand, cuando uno de mis villanos, Trashcan, prende fuego a todos esos depósitos de la refinería de petróleo y estallan como bombas. Es como si el cielo nocturno hubiera sido incendiado. ¡Dios, eso fue genial! Es el hombre lobo que hay en mí, supongo, pero amo el fuego, amo la destrucción. Es grandioso, es oscuro y es emocionante. Cuando escribo escenas así, me siento como Sansón derribando el templo sobre las cabezas de todos.
The Stand fue particularmente satisfactorio, porque ahí tuve la oportunidad de eliminar a toda la raza humana y, ¡hombre, fue divertido! Sentado ante la máquina de escribir, me sentía como Alejandro levantando su espada sobre el nudo gordiano y gruñendo: «¡A la mierda con desenredarlo; lo haré a mi manera!». Gran parte del sentimiento compulsivo e impulsivo que tenía mientras trabajaba en The Stand provenía de la emoción vicaria de imaginar todo un orden social arraigado destruido de un solo golpe. Ese es el lado loco de mi personaje, supongo.
Pero el final del libro refleja lo que espero sea otro aspecto más constructivo. Después de toda la aniquilación, el sufrimiento y la desesperación, The Stand es intrínsecamente optimista, ya que describe una reafirmación gradual de los valores humanos a medida que la humanidad resurge de las cenizas y, finalmente, restablece el equilibrio moral y ecológico. A pesar de todas las escenas espeluznantes, el libro es también un testimonio de los valores humanos perdurables del coraje, la bondad, la amistad y el amor, y al final se hace eco de la observación de Camus: «La felicidad también es inevitable».
PLAYBOY: Debió de haber una época, antes de toda la riqueza y la fama, en la que la felicidad no te parecía inevitable. ¿Cómo de duros fueron los primeros días?
KING: Bueno, digamos que, como la mayoría de los éxitos repentinos, he tenido que pagar mis cuotas. Cuando salí de la universidad a principios de los años setenta con una licenciatura en Lengua y un certificado de enseñanza, me encontré con que había una saturación en el mercado de la enseñanza, y me puse a trabajar bombeando gasolina en una gasolinera y más tarde planchando sábanas en una lavandería industrial por 60 dólares a la semana. Éramos pobres como ratones de iglesia, con dos niños pequeños, y no hace falta decir que no era fácil llegar a fin de mes con ese sueldo. Mi mujer se puso a trabajar como camarera en un Dunkin’ Donuts local y llegaba a casa todas las noches oliendo a cruller. Al principio, el aroma era agradable, fresco y azucarado, pero al cabo de un tiempo se volvía bastante empalagoso; desde entonces no he podido mirar a la cara a un dónut.
En fin, en el otoño de 1971, por fin conseguí un trabajo como profesor de Lengua en la Academia Hampden, al otro lado del río Penobscot, en Bangor, pero solo me pagaban 6400 dólares al año, apenas más de lo que ganaba antes. De hecho, tuve que volver y pluriemplearme en la lavandería para poder mantenernos a flote. Vivíamos en una caravana en lo alto de una sombría ladera barrida por la nieve en Hermon, Maine, que, si no es el culo del universo, está al menos a poca distancia de él. Llegaba a casa agotado de la escuela y me ponía en cuclillas en la sala de calderas de la caravana, con la pequeña Olivetti portátil de Tabby encaramada a un escritorio infantil que tenía que equilibrar sobre mis rodillas, e intentaba forjar una prosa brillante.
De hecho, fue allí donde escribí ‘Salem’s Lot. Fue mi segundo libro publicado, pero la mayor parte de la escritura se completó antes de que Carrie fuera aceptada por Doubleday. Y créeme, después de un día de enseñanza y de llegar a casa y ver a Tabby haciendo malabares para abrirse camino entre una montaña de facturas sin pagar, era un placer meterse en esa estrecha caldera y luchar contra una horda de vampiros sedientos de sangre. Comparados con nuestros acreedores, ¡eran un puto alivio!
PLAYBOY: ¿Vendías alguna de tus obras en esa época?
KING: Sí, pero solo historias cortas, y solo a las revistas masculinas de menor circulación, como Cavalier y Dude. El dinero era útil, Dios lo sabe, pero si conoces ese mercado en particular, sabes que no había mucho. De todos modos, el pago de mis relatos no era suficiente para mantenernos fuera de los números rojos, y yo no conseguía nada con mis trabajos más largos. Había escrito varias novelas, que iban de lo horrible a lo mediocre, pasando por lo pasable, pero todas habían sido rechazadas, aunque empezaba a recibir algún estímulo de un maravilloso editor de Doubleday llamado Bill Thompson. Pero, por muy gratificante que fuera su apoyo, no podía ingresarlo en el banco. Mis hijos llevaban prendas de segunda mano de amigos y familiares, nuestro viejo Buick Special de 1965 se estaba autodestruyendo rápidamente y finalmente tuvimos que pedir a Ma Bell que nos quitara el teléfono.
Además de todo lo demás, la estaba cagando personalmente. Me gustaría poder decir hoy que agité valientemente el puño ante la adversidad y seguí adelante impertérrito, pero no puedo. Me dejé llevar por la autocompasión y la ansiedad y empecé a beber demasiado y a malgastar el dinero en el póquer y el billar. Ya conoces la escena: es viernes por la noche y gastas tu paga en el bar y antes de que te des cuenta, te has gastado la mitad del presupuesto de comida de la semana.
PLAYBOY: ¿Cómo soportó tu matrimonio esas tensiones?
KING: Bueno, durante un tiempo la situación fue de tanteo, y las cosas podían ponerse bastante tensas en casa. Era un círculo vicioso: cuanto más miserable e inadecuado me sentía por lo que consideraba mi fracaso como escritor, más intentaba escapar a la botella, lo que solo exacerbaba el estrés doméstico y me deprimía aún más. Tabby estaba enfadada por la bebida, por supuesto, pero me dijo que entendía que la razón por la que bebía demasiado era que sentía que nunca iba a suceder, que nunca iba a ser un escritor de importancia. Y, por supuesto, temía que tuviera razón. Me quedaba despierto por la noche viéndome a los cincuenta años, con el pelo encanecido, la papada engrosada, una red de capilares rotos por el whisky tejiendo una telaraña en mi nariz —«tatuajes de bebedor», los llamamos en Maine—, con un baúl polvoriento de novelas sin publicar pudriéndose en el sótano, enseñando Lengua en el instituto durante el resto de mi vida y sacando las pocas piedras literarias que me quedaban asesorando el periódico estudiantil o tal vez impartiendo un curso de escritura creativa. ¡Yechh! Aunque solo tenía veintitantos años y me daba cuenta racionalmente de que aún me quedaba mucho tiempo y oportunidades por delante, esa presión para abrirme paso en mi trabajo iba creciendo en una especie de crescendo psíquico, y cuando parecía frustrarse, me sentía desesperadamente deprimido, acorralado. Me sentí atrapado en una carrera suicida de ratas, sin poder salir del laberinto.
PLAYBOY: ¿Alguna vez contemplaste seriamente el suicidio?
KING: Oh, no, nunca; esa frase era una exageración metafórica. Tengo mi parte de debilidades humanas, pero también soy testarudo. Quizá sea un rasgo de Maine; no lo sé. De todos modos, ¿no fue Mencken quien dijo que el suicidio es una aceptación tardía de la opinión de los familiares de tu mujer? Pero lo que sí me preocupaba era el efecto que todo eso estaba teniendo en mi matrimonio. Diablos, ya estábamos en un terreno pantanoso en esos días, y temía que las arenas movedizas estuvieran a la vuelta de la esquina. Quería a mi mujer y a mis hijos, pero a medida que aumentaba la presión, empezaba a tener también sentimientos ambivalentes hacia ellos. Por un lado, lo único que quería era mantenerlos y protegerlos, pero al mismo tiempo, al no estar preparado para los rigores de la paternidad, también experimentaba una serie de emociones desagradables, desde el resentimiento hasta la ira, pasando por el odio manifiesto ocasional, e incluso oleadas de violencia mental que, gracias a Dios, pude reprimir. A las tres de la mañana de un frío invierno, deambulaba por el pequeño salón de nuestra caravana con Joe, mi hijo de nueve meses, al que le estaban saliendo los dientes, colgado del hombro, y la mayoría de las veces escupiendo sobre mi camisa, e intentaba averiguar cómo y por qué me había metido en aquel manicomio. Todos los miedos claustrofóbicos se apoderaban de mí entonces, y me preguntaba si no se me había pasado ya todo, si no estaba persiguiendo un sueño absurdo. Una moto de nieve nocturna gemiría en la oscura lejanía, como un insecto enfadado, y me diría a mí mismo: «Mierda, King, asúmelo; vas a estar enseñando a putos niños de instituto el resto de tu vida». No sé qué habría sido de mi matrimonio y de mi cordura si no hubiera sido por la noticia totalmente inesperada, en 1973, de que Doubleday había aceptado Carrie, que yo había pensado que tenía muy pocas posibilidades de venta.
PLAYBOY: ¿Qué era más importante para ti, el dinero de Carrie o el hecho de que por fin se te reconociera como un novelista serio?
KING: Ambas cosas, en realidad, aunque podría cuestionar la seriedad con la que Doubleday me tomó como novelista. No iba a promocionar Carrie como la respuesta de ese año a Madame Bovary, eso es seguro. Aunque hay muchas cosas que me gustan y apoyo en el libro, soy el primero en admitir que a menudo es torpe y sencillo. Pero tanto creativa como económicamente, Carrie fue una especie de escotilla de escape para Tabby y para mí, y pudimos huir a través de ella hacia una existencia totalmente diferente. Demonios, nuestras vidas cambiaron tan rápidamente que durante más de un año después, caminamos con grandes sonrisas de felicidad en nuestras caras, apenas atreviéndonos a creer que habíamos salido de esa trampa para siempre. Fue una gran sensación de liberación, porque por fin era libre para dejar de enseñar y cumplir lo que creo que es mi única función en la vida: escribir libros. Libros buenos, malos o indiferentes, eso lo decidirán otros; a mí me basta con escribir. Llevaba escribiendo desde los doce años, en serio aunque bastante mal al principio, y vendí Carrie a los veintiséis, así que había tenido un aprendizaje relativamente largo. Pero esa primera venta en tapa dura me supo a gloria.
PLAYBOY: Como has indicado, esa compulsión por ser escritor te acompaña desde que eras un niño. ¿Fue una forma de escapar de una infancia infeliz?
KING: Tal vez, aunque generalmente es imposible incluso recordar los sentimientos y las motivaciones de la infancia, y mucho menos entenderlos o analizarlos racionalmente. Los niños, gracias a Dios, están deliciosa y creativamente locos según nuestros desecados estándares de adultos. Pero es cierto que fui presa de un montón de emociones conflictivas cuando era niño. Tenía amigos y todo eso, pero a menudo me sentía infeliz y diferente, alejado de otros niños de mi edad. Era un niño gordo —husky2 era el eufemismo que utilizaban en la tienda de ropa— y bastante mal coordinado, siempre el último en ser elegido cuando formábamos equipos.
A veces, sobre todo en la adolescencia, me sentía violento, como si quisiera arremeter contra el mundo, pero esa rabia la mantenía oculta. Era un lugar secreto dentro de mí que no revelaba a nadie más. Supongo que parte de ello se debe a que mi hermano y yo tuvimos una existencia bastante encorsetada cuando éramos niños. Mi padre nos abandonó cuando yo tenía dos años y David cuatro y dejó a mi madre sin un céntimo. Ella era una señora maravillosa, una señora muy valiente en un sentido anticuado, y se puso a trabajar para mantenernos, generalmente en trabajos de poca monta por su falta de formación profesional. Después de que mi padre hiciera su paripé, ella se convirtió en una piedra rodante, buscando trabajos por todo el país. Viajamos por Nueva Inglaterra y el Medio Oeste, un trabajo mal pagado tras otro. Trabajó como planchadora de ropa y hacedora de rosquillas —como mi esposa, veinte años después—, como ama de llaves, como empleada de tienda; lo que fuera, lo hizo.
PLAYBOY: ¿Vivir al borde de la pobreza dejó alguna cicatriz duradera?
KING: No, y no pensaba en ello en términos de pobreza, ni entonces ni ahora. La nuestra no era una vida de miseria incesante ni mucho menos, y nunca nos faltó una comida, aunque el solomillo de primera rara vez estaba en nuestros platos. Finalmente, cuando tenía unos diez años, nos mudamos a Maine, a la pequeña ciudad de Durham.
Durante diez años, vivimos una existencia de trueque virtual, prácticamente sin ver dinero en efectivo. Si necesitábamos comida, los parientes nos traían una bolsa de comida; si necesitábamos ropa, siempre había ropa usada. Créeme, ¡nunca estuve en la lista de los mejor vestidos de la escuela! Y el pozo se secaba en verano, así que teníamos que usar la letrina. Tampoco había bañera ni ducha, y en aquellos gélidos inviernos de Maine, caminábamos 800 metros más o menos hasta casa de mi tía Ethelyn para darnos un baño caliente. ¡Mierda, volviendo a casa a través de la nieve, nos hacíamos vapor! Así que, sí, supongo que en muchos sentidos fue una existencia dura, pero no empobrecida en el sentido más importante de la palabra. Gracias a mi madre, lo único que nunca faltó, por cursi que parezca decirlo, fue el amor. Y en ese sentido, yo estaba mucho menos privado que innumerables hijos de familias de clase media o adineradas, cuyos padres tienen tiempo para todo menos para sus hijos.
PLAYBOY: ¿Tu padre se ha puesto en contacto contigo en los años transcurridos desde que se marchó, ya sea por culpa o —en vista de tu nueva riqueza— por codicia?
KING: No, aunque sospecho que esto último sería su motivación más probable. En realidad, fue una deserción clásica, no dejó ni siquiera una nota de explicación o justificación. Dijo, literalmente, que iba a la tienda de comestibles a por un paquete de cigarrillos, y no se llevó ninguna de sus cosas. Eso fue en 1949, y ninguno de nosotros ha vuelto a saber de ese bastardo.
PLAYBOY: Ahora que eres multimillonario y dispones de más recursos de los que tu madre podría haber soñado, ¿has pensado alguna vez en iniciar tu propia investigación para localizar a tu padre o, al menos, para determinar si está vivo o muerto?
KING: La idea se me ha pasado por la cabeza de vez en cuando a lo largo de los años, pero siempre hay algo que me frena. Superstición, supongo, como el viejo dicho de dejar dormir a los perros. A decir verdad, no sé cómo reaccionaría si alguna vez lo encontrara y nos viéramos cara a cara. Pero incluso si alguna vez decidiera iniciar una investigación, no creo que saliera nada de ello, porque estoy bastante seguro de que mi padre está muerto.
PLAYBOY: ¿Por qué?
KING: Por todo lo que he sabido de mi padre, ya se habrá consumido. Le gustaba mucho beber y divertirse. De hecho, por lo que mi madre insinuó, creo que tuvo problemas con la ley en más de una ocasión. Utilizaba alias con bastante frecuencia: nació como Donald Spansky en Peru, Indiana, luego se hizo llamar Pollack y finalmente se cambió el nombre legalmente a King.
Empezó como vendedor de Electrolux en el Medio Oeste, pero creo que en algún momento se le fue la mano. Según me contó mi madre una vez, era el único hombre del equipo de ventas que hacía regularmente demostraciones de aspiradoras a las viudas jóvenes y guapas a las dos de la mañana. Era todo un donjuán, según mi madre, y al parecer yo tenía una hermosa hermanastra bastarda en Brasil. En todo caso, era un hombre con picazón en los pies, un hombre viajero, como dice la canción. Creo que atraía los problemas fácilmente.
PLAYBOY: ¿Así que no estás precisamente ansioso por que te tomen por un viejo conocido?
KING: Esperemos que en mi caso la herencia pase a un segundo plano frente al entorno. Por lo que me han dicho, mi padre ciertamente me ganó en el departamento de Lothario3, donde soy monótonamente monógamo, aunque tengo una debilidad por el alcohol que trato de controlar, y me encantan los coches rápidos y las motocicletas. Desde luego, no comparto su afán viajero, que es una de las muchas razones por las que me he quedado en Maine, aunque ahora tengo la libertad financiera para vivir en cualquier parte del mundo. Curiosamente, el único punto de similitud puede ser nuestros gustos literarios. Mi padre sentía un amor secreto por la ciencia ficción y los relatos de terror, e intentó escribirlos él mismo, enviando historias a las principales revistas masculinas de su época, como Bluebook y Argosy. Ninguno de los relatos se vendió y ninguno sobrevivió.
PLAYBOY: En el estudio de tu casa de verano destaca un álbum de recortes con los efectos personales de tu desaparecido padre. ¿Esa conservación de los recuerdos de un hombre que nunca conociste no sugiere que sigues royendo mentalmente la herida?
KING: No, la herida en sí se ha curado, pero eso no excluye un interés en cómo y por qué se infligió. Y eso, creo, está muy lejos de hurgar en una costra psíquica. De todos modos, el álbum de recortes que mencionas no es una especie de santuario secreto a su memoria, sino solo un puñado de recuerdos: un par de postales con las esquinas dobladas que le envió a mi madre desde varios puertos de escala, principalmente en América Latina; unas cuantas fotografías de diferentes barcos en los que había navegado; un dibujo descolorido y bastante idealizado de un mercado mexicano. Solo las cosas que había dejado atrás, como el cadáver de los cómics de terror de EC de los años cincuenta —¡Dios, me encantaban esas madres!— que regresa de una tumba acuática para vengarse de la esposa y el novio que lo mataron, pero primero llama por teléfono y susurra: «Ya voy; llegaría antes, pero se van cayendo trocitos de mí por el camino».
Pues bien, los trocitos de mi padre que se cayeron por el camino se conservan en ese álbum de recortes, como una cápsula del tiempo. Todo se interrumpe en 1949, cuando puso pies en polvorosa. A veces, hojeo las páginas y me recuerda un frío día de otoño de los años cincuenta en el que mi hermano y yo descubrimos varios carretes de películas antiguas que mi padre había hecho. Al parecer, era un ávido aficionado a la fotografía, pero nunca habíamos visto muchas de sus obras más allá de unas pocas instantáneas. Mi madre había guardado los carretes en el desván de mis tíos. Así que aquí tenemos a estos dos niños —yo debía de tener unos ocho años y David diez— luchando por hacer funcionar este viejo dinosaurio de proyector de cine que habíamos conseguido alquilar. Cuando por fin conseguimos que funcionara, el material fue bastante decepcionante al principio: un montón de caras extrañas y escenas exóticas, pero ni rastro del viejo. Y entonces, después de haber visto un par de rollos de película, David saltó y dijo: «¡Es él! ¡Es nuestro padre!». Le había pasado la cámara a uno de sus compañeros y allí estaba, recostado contra la borda de un barco, con un mar agitado de fondo. Mi viejo. David lo recordaba, pero para mí era un rostro desconocido. Por el aspecto del mar, probablemente estaba en algún lugar del Atlántico Norte, por lo que la película debía de haber sido tomada durante la guerra. Levantó la mano y sonrió, saludando sin querer a unos hijos que aún no habían nacido. Hola, papá, no te olvides de escribir.
PLAYBOY: Teniendo en cuenta lo que escribes, ¿has pensado alguna vez en ir a una sesión de espiritismo o en encontrar alguna otra forma sobrenatural de comunicarte con él?
KING: ¿Estás de broma? Nunca he asistido a una sesión de espiritismo. ¡Jesús, no! Precisamente porque sé un poco del tema, es lo último que haría. No podrías arrastrarme a una de esas cosas, y lo mismo pasa con una tabla de ouija. Toda esa mierda, ¡aléjate de ella! Claro, sé que la mayoría de los médiums son falsos y farsantes y estafadores, la peor clase de buitres humanos, que se aprovechan del sufrimiento, la pérdida y la soledad del ser humano. Pero si hay cosas flotando por ahí —entidades incorpóreas, demonios espirituales, llámalos como quieras— entonces es el colmo de la locura invitarles a que les sirvan de canal en este mundo. Porque puede que les guste lo que han encontrado y decidan quedarse.
PLAYBOY: ¿Tu miedo a las sesiones de espiritismo es un fenómeno aislado o eres supersticioso con otros aspectos de lo llamado sobrenatural?
KING: Oh, claro, soy muy supersticioso por naturaleza. Es decir, una parte de mi mente, la parte racional, dirá: «Vamos, hombre, todo esto es una mierda autocomplaciente», pero la otra parte, la parte tan antigua como el primer cavernícola acobardado junto a su fuego mientras algo enorme y hambriento aúlla en la noche, dice: «Sí, puede ser, pero ¿por qué arriesgarse?». Por eso observo todas las viejas supersticiones populares: no paso por debajo de las escaleras; tengo un miedo atroz a vivir siete años de mala suerte si rompo un espejo; procuro quedarme en casa encogido bajo las sábanas los viernes 13. Dios, una vez tuve que volar en viernes 13 —no tuve elección— y aunque el personal de tierra no tuvo que cargarme en el avión pateando y gritando, no fue un pícnic. Tampoco ayudó el hecho de que tenga miedo a volar. Supongo que odio ceder el control de mi vida a un piloto sin rostro que podría haber estado bebiendo en secreto toda la tarde o que tiene una embolia en el cráneo, como una bomba de relojería invisible. Pero tengo una manía con el número 13 en general; nunca deja de trazar ese viejo dedo helado por mi columna vertebral. Cuando escribo, nunca dejo de trabajar si el número de la página es 13 o un múltiplo de 13; sigo escribiendo hasta llegar a un número seguro.
PLAYBOY: ¿Tienes miedo a la oscuridad?
KING: Por supuesto. ¿No lo tiene todo el mundo? En realidad, a veces no puedo entender a mi propia familia. No duermo sin una luz en la habitación y, por supuesto, tengo mucho cuidado de que mis piernas queden bajo las mantas para no despertarme en medio de la noche con una mano húmeda agarrando mi tobillo. Pero cuando Tabby y yo éramos recién casados, era verano y ella dormía en pelotas y yo estaba tumbado con las sábanas subidas hasta los ojos y me decía: «¿Por qué duermes de esa manera?». Y yo intentaba explicarle que simplemente era más seguro así, pero no creo que lo entendiera realmente. Y ahora ha hecho algo con lo que no estoy muy contento: ha añadido un gran volante mullido alrededor de la parte inferior de nuestra cama de matrimonio, lo que significa que antes de ir a dormir, cuando quieres comprobar lo que se esconde ahí debajo, tienes que levantar ese volante y meter la nariz. Y está demasiado cerca, hombre; algo podría arrancarte la cara antes de que lo vieras. Pero Tabby no aprecia mi punto de vista.
PLAYBOY: ¿Has pensado alguna vez en sondear bajo la cama con el palo de una escoba?
KING: No, hombre, eso sería una tontería. Quiero decir, a veces tenemos invitados en casa que se quedan a dormir; ¿cómo se vería si a la mañana siguiente dijeran: «Vaya, estábamos yendo al baño anoche y vimos a Steve de rodillas, metiendo un palo de escoba debajo de su cama»? Podría empañar la imagen. Pero no solo Tabby no lo entiende; también me molesta la actitud de mis hijos. Es decir, sufro un poco de insomnio y todas las noches compruebo que están en sus camas y veo si aún respiran, y los dos mayores, Naomi y Joe, siempre me dicen: «Asegúrate de apagar la luz y cerrar la puerta cuando te vayas, papá». ¡Apagar la luz! ¡Cerrar la puerta! ¿Cómo pueden afrontarlo? Quiero decir, Dios mío, cualquier cosa podría estar en su habitación, agazapada dentro de su armario, enroscada debajo de su cama, ¡solo esperando para deslizarse fuera, abalanzarse sobre ellos y hundirles sus garras! Esas cosas no soportan la luz, pero la oscuridad es peligrosa. Pero intenta decirle eso a mis hijos. Espero que no les pase nada. Dios sabe que cuando yo tenía su edad, sabía que el hombre del saco me estaba esperando. Tal vez todavía lo hace.
PLAYBOY: ¿Qué, además de tu propia imaginación, te asusta?
KING: Una película que nunca olvidaré es Earth vs. the Flying Saucers, protagonizada por Hugh Marlowe, que era básicamente una película de terror disfrazada de ciencia ficción. Era octubre de 1957, yo acababa de cumplir diez años y la estaba viendo en el viejo Stratford Theatre, en el centro de Stratford, Connecticut, una de esas matinés de los sábados por la tarde para los niños. La película era bastante normal, sobre una invasión de la Tierra por una raza mortal de extraterrestres de un planeta moribundo; pero hacia el final —justo cuando llegaba la parte buena, con Washington en llamas y la cataclísmica batalla interestelar final a punto de iniciarse— la pantalla se apagó de repente. Los niños empezaron a aplaudir y a gritar, pensando que el proyeccionista se había equivocado o que la bobina se había roto, pero entonces, de repente, las luces del cine se encendieron a toda potencia, lo que realmente sorprendió a todo el mundo, porque nunca había ocurrido algo así en mitad de una película. Y entonces el gerente de la sala llegó caminando por el pasillo central, con aspecto pálido, y subió al escenario y dijo, con voz temblorosa: «Quiero decirles que los rusos han puesto un satélite espacial en órbita alrededor de la Tierra. Lo llaman Sputnik». O Spootnik, como lo pronunció.
Hubo una larga y silenciosa pausa mientras esta multitud de niños de los años cincuenta con pantalones vaqueros, con cortes de pelo militar o colas de pato o coletas, se esforzaba por asimilar todo aquello; y entonces, de repente, una voz, a punto de llorar pero también cargada de una terrible rabia, chilló a través del aturdido silencio: «¡Oh, ve a poner la película, mentiroso!». Y al cabo de unos minutos, la película volvió a proyectarse, pero yo me quedé sentado, congelado en mi asiento, porque sabía que el gerente no mentía.
Era un conocimiento aterrador para un miembro de toda esa generación de bebés de la guerra criados con los cómics de Captain Video, Terry and the Pirates y Combat Casey, criados engreídos en el mito de la invencibilidad militar y la supremacía moral de Estados Unidos, convencidos de que éramos los buenos y de que Dios estaba con nosotros en todo momento. Inmediatamente establecí la conexión entre la película que estábamos viendo y el hecho de que los rusos tuvieran un satélite espacial dando vueltas por los cielos, cargado, por lo que yo sabía, con bombas H para que llovieran sobre nuestras desprevenidas cabezas. Y en ese momento, los temores del horror ficticio se cruzaron vívidamente con la realidad de un potencial holocausto nuclear; la transición de la fantasía a un mundo real se volvió de repente mucho más ominosa y amenazante. Y mientras estaba allí sentado, la película concluyó con las voces de los malignos saucerianos invasores resonando en la pantalla en una amenaza final: «Mirad a vuestros cielos… Una advertencia vendrá de sus cielos… Mirad a vuestros cielos…». Todavía me resulta imposible transmitir, incluso a mis propios hijos, lo terriblemente asustado, solo y deprimido que me sentí en ese momento.
PLAYBOY: Los niños, como dices, tienen una imaginación muy activa, pero ¿la tuya no estaba malsanamente activa?
KING: Creo que la mayoría de los niños comparten algunas de mis preocupaciones morbosas, y probablemente hay algo que falta en los que no lo hacen. Supongo que es una cuestión de grado. Una imaginación activa siempre ha sido parte del equipaje que he llevado conmigo, y cuando eres un niño, a veces puede ser un peaje bastante agotador. Pero muchos de los miedos que tuve que aprender a afrontar no tenían nada que ver con lo sobrenatural. Procedían de las mismas ansiedades e inseguridades cotidianas a las que muchos niños tienen que enfrentarse. Por ejemplo, cuando crecía, pensaba mucho en lo que pasaría si mi madre muriera y yo me quedara huérfano. Ahora, un niño con relativamente poca imaginación, de los que tienen un gran futuro en la programación informática o en la cámara de comercio, se dirá: «Y qué, no está muerta, ni siquiera está enferma, así que olvídalo». Pero con el tipo de imaginación que yo tenía, no podías apagar las imágenes una vez que las habías desencadenado, así que veía a mi madre tendida en un ataúd de caoba forrado de seda blanca con asas de latón, su pálido rostro muerto y encerado; oía los cantos de órgano de fondo; y luego me veía a mí mismo siendo arrastrado a algún asilo dickensiano por una terrible anciana vestida de negro.
Pero lo que más me asustaba de la perspectiva de la muerte de mi madre no era que me enviaran a alguna institución, por muy duro que fuera, sino que temía que me volviera loco.
PLAYBOY: ¿Tuviste alguna duda sobre tu cordura?
KING: No me fiaba, eso es seguro. Uno de mis mayores temores cuando crecía era volverme loco, sobre todo después de haber visto en la televisión The Snake Pit, esa espeluznante película con Olivia de Havilland. Allí estaban todos esos locos en una institución mental estatal atormentándose con sus delirios y psicosis y siendo atormentados, a su vez, por sus sádicos cuidadores, y no me costaba mucho imaginarme en medio de ellos. Desde entonces, he aprendido que el cerebro humano es un órgano duro y resistente y que puede soportar muchos golpes psíquicos, pero en aquella época estaba seguro de que uno se volvía loco de repente; iba caminando por la calle y, ¡plaf!, se creía una gallina o empezaba a descuartizar a los niños del barrio con unas tijeras de jardinería. Así que, durante mucho tiempo, tuve mucho miedo de volverme loco.
PLAYBOY: ¿Hay antecedentes de locura en tu familia?
KING: Oh, tuvimos una cosecha madura de excéntricos, por decir algo, por parte de mi padre. Recuerdo a mi tía Betty, de quien mi madre siempre decía que era esquizofrénica y que aparentemente terminó su vida en un manicomio. Luego estaba la madre de mi padre, la abuela Spansky, a la que David y yo llegamos a conocer cuando vivíamos en el Medio Oeste. Era una mujer grande y pesada que me fascinaba y repelía a la vez. Todavía la veo cacareando como una vieja bruja a través de unas encías desdentadas mientras freía una barra de pan entera en tocino en una cocina antigua y luego la engullía, riéndose: «¡Caramba, qué crujiente!».
PLAYBOY: ¿Qué otros miedos te perseguían en tu infancia?
KING: Bueno, me aterrorizaba y me fascinaba la muerte —la muerte en general y la mía en particular—, probablemente como resultado de escuchar todos esos programas de radio cuando era niño y de ver algunos programas de televisión bastante violentos, como Peter Gunn y Highway Patrol, en los que la muerte era barata y rápida. Estaba absolutamente convencido de que no llegaría a los veinte años. Me imaginaba volviendo a casa una noche por una calle oscura y desierta y que alguien o algo salía de los arbustos y eso era todo. Así que la muerte como concepto y la gente que se encargaba de ella me intrigaban. Recuerdo que compilé todo un álbum de recortes sobre Charlie Starkweather, el asesino en serie de los años cincuenta que dejó un reguero sangriento a través del Medio Oeste con su novia. Dios, me costó mucho ocultarle eso a mi madre. Starkweather mató a nueve o diez personas a sangre fría, y yo solía recortar y pegar todas las noticias que encontraba sobre él, y luego me sentaba a tratar de desentrañar el horror interior que se escondía tras ese rostro ordinario. Sabía que estaba ante un malvado sociópata de gran envergadura, no el pequeño y pulcro villano al estilo de Agatha Christie, sino algo más salvaje y oscuro y desencadenado. Vacilaba entre la atracción y la repulsión, quizá porque me daba cuenta de que el rostro de la fotografía podía ser el mío.
PLAYBOY: Una vez más, esas no son las reflexiones del típico jugador de las ligas menores. ¿No te preocupaba ya entonces que tu obsesión tuviera algo de anormal?
KING: Obsesión es una palabra demasiado fuerte. Era más bien como tratar de resolver un rompecabezas, porque quería saber por qué alguien podía hacer las cosas que hizo Starkweather. Supongo que quería descifrar lo indecible, igual que la gente trata de dar sentido a Auschwitz o Jonestown. Desde luego, no me parecía que el mal fuera seductor en ningún sentido enfermizo —eso sería patológico—, pero sí me parecía convincente. Y creo que la mayoría de la gente lo hace, o las librerías no estarían todavía llenas de biografías de Adolf Hitler más de 35 años después de la Segunda Guerra Mundial. La fascinación de la abominación, como la llamó Conrad.4
PLAYBOY: ¿Los miedos e inseguridades que te acosaban en la infancia han persistido en la vida adulta?
KING: Algunos de los viejos y fieles sudores nocturnos siguen conmigo, como mi miedo a la oscuridad, pero otros los he cambiado por un nuevo conjunto. Es decir, no se puede seguir con los miedos de ayer para siempre, ¿no? Veamos, ahora, las fobias actualizadas. Vale, tengo miedo a los atragantamientos, quizá porque la noche en que mi madre murió de cáncer —prácticamente en el mismo minuto, de hecho— mi hijo tuvo un terrible ataque de asfixia en su cama. Se estaba poniendo azul cuando Tabby finalmente forzó la obstrucción. Y puedo ver que eso me ocurre en la mesa de la cena, y todo el mundo entra en pánico y se olvida de la maniobra de Heimlich y me he zampado medio Big Mac. ¿Qué más? No me gustan los bichos en general, aunque llegué a aceptar las 30 000 cucarachas que los manipuladores de cucarachas de George Romero importaron de Costa Rica para un segmento de nuestra película Creepshow. Pero no soporto las arañas. De ninguna manera, especialmente esas grandes y peludas que parecen peludos balones de baloncesto con patas, las que se esconden dentro de un racimo de plátanos, esperando a saltar sobre ti. Jesús, esas cosas me petrifican.
PLAYBOY: Ya que has mencionado Creepshow, que escribiste y protagonizaste, este puede ser el momento de preguntarte por qué fue un bombazo en taquilla.
KING: No sabemos si lo hizo, porque los ingresos brutos de todo el país aún no están contabilizados. Tuvo un fantástico primer par de semanas y desde entonces le ha ido mal en algunos lugares y bastante bien en otros. Sin embargo, creo que la crítica que ha recibido puede haber alejado a algunos adultos, aunque muchos adolescentes han acudido en masa a ver la película. Esperaba malas críticas, por supuesto, porque Creepshow se basa en la tradición de los cómics de terror de los años cincuenta, y no es una parodia, sino una recreación. Y si la crítica general lo hubiera entendido y apreciado, habría sabido enseguida que habíamos fracasado estrepitosamente en lo que intentábamos hacer. Por supuesto, a algunos críticos de renombre, como Rex Reed, les encantó la película, pero eso es porque se criaron con esos cómics y los recuerdan con cariño.
PLAYBOY: Incluso Reed se mostró menos que abrumado por la bravura de tu actuación, escribiendo: «King se ve y actúa exactamente como un Li’l Abner con sobrepeso». ¿Injusto?
KING: No, justo en el blanco, porque ese es el tipo de paleto local que debía representar, y Romero me dijo que lo interpretara «tan ancho como una autopista». Por supuesto, mi mujer dice que fue un encasillamiento perfecto, pero lo dejaré pasar.
PLAYBOY: Volviendo a lo que todavía te petrifica, además de los bombazos de taquilla. ¿Cuál es tu miedo más profundo hoy en día?
KING: Supongo que uno de mis hijos muera. No creo que pueda soportar eso. Hay muchas otras cosas, también: el miedo a que algo vaya mal en mi matrimonio; que el mundo se precipite a la guerra; mierda, ni siquiera estoy contento con la entropía. Pero todo eso son pensamientos de la hora del lobo, los que surgen cuando no puedes dormir y das vueltas en la cama y es muy posible que te convenzas de que tienes cáncer o un tumor cerebral o, si estás durmiendo sobre tu lado izquierdo y puedes oír los latidos de tu corazón, de que estás al borde de un infarto mortal. Y a veces, sobre todo si estás agobiado, puedes tumbarte en la oscuridad e imaginar que oyes algo en el piso de abajo. Y entonces, si realmente te esfuerzas, puedes oír ruidos subiendo por las escaleras. Y entonces, Jesús, ¡están aquí, están en el dormitorio! Todos esos pensamientos nocturnos, ya sabes, la materia de la que están hechos los sueños placenteros.
PLAYBOY: Has mencionado tu insomnio y, a lo largo de esta entrevista, has estado tomando Excedrin como si fueran gominolas. ¿También sufres de dolores de cabeza persistentes?
KING: Sí, tengo unos muy malos. Vienen y se van, pero cuando llegan, son duros. El Excedrin ayuda, pero cuando están realmente fuera de control, todo lo que puedo hacer es ir arriba y acostarme en la oscuridad hasta que desaparecen. Tarde o temprano, lo hacen, de golpe, y puedo volver a funcionar. Por lo que he leído en la literatura médica, no son migrañas tradicionales, sino «dolores de estrés» que me dan en momentos de tensión o de exceso de trabajo.
PLAYBOY: Consumes incluso más cerveza que Excedrin; y has revelado que una vez tuviste problemas con la bebida. ¿También fumas hierba?
KING: No, prefiero las drogas duras. O lo hacía, al menos; hace años que no tomo nada fuerte. La hierba no me produce un gran efecto; me da un poco de risa, pero siempre me siento mal después. Pero yo estaba en la universidad a finales de los sesenta. Incluso en la Universidad de Maine, no era un gran problema conseguir drogas. Tomé mucho LSD, peyote y mescalina, más de 60 viajes en total. Nunca haría proselitismo del ácido ni de ningún otro alucinógeno, porque hay personas de buen viaje y personas de mal viaje, y esta última categoría de personas puede sufrir graves daños emocionales. Si tienes una composición fisiológica o mental equivocada, tomar ácido puede ser como jugar a la ruleta rusa con una pistola automática del 45 cargada. Pero tengo que decir que para mí, los resultados fueron generalmente beneficiosos. Nunca tuve un viaje del que no saliera con la sensación de haber tomado un purgante cerebral; era como un camión de basura psíquica que vaciaba toda la basura acumulada en mi cabeza. Y en ese momento en particular, necesitaba ese tipo de enema mental.
PLAYBOY: ¿Tuvo tu experiencia con los alucinógenos algún efecto en tu escritura posterior?
KING: Nada de eso. El ácido es solo una ilusión química, un juego con tu cerebro. No tiene ningún sentido en términos de una verdadera expansión de la conciencia. Así que nunca he comprado el argumento de Aldous Huxley de que los alucinógenos abren las puertas a la percepción. Eso es autoindulgencia mística, el tipo de mierda que Timothy Leary solía predicar.
PLAYBOY: ¿Te da miedo el bloqueo del escritor?
KING: Sí, es uno de mis mayores miedos. Antes hablábamos de mi miedo a la muerte en la infancia, pero es algo que ya he asumido. Es decir, puedo comprender tanto intelectual como emocionalmente que llegará un día en el que tendré un cáncer de pulmón terminal o que estaré subiendo una escalera y de repente sentiré un dolor helado que me recorre el brazo antes de que el martillo me golpee en el lado izquierdo del pecho y caiga muerto por las escaleras. Me sentiría un poco sorprendido, un poco arrepentido, pero también sabría que era algo que había cortejado durante mucho tiempo y que finalmente había decidido casarse conmigo. Por otro lado, lo único que no puedo comprender ni aceptar es el hecho de secarse como escritor.
Escribir es necesario para mi cordura. Como escritor, puedo exteriorizar mis miedos e inseguridades y mis terrores nocturnos sobre el papel, que es por lo que la gente paga a los psiquiatras una pequeña fortuna. En mi caso, me pagan por psicoanalizarme en papel. Y en el proceso, soy capaz de «escribir mi propia cordura», como dijo la excelente poeta Anne Sexton. Es una vieja técnica de los terapeutas: hacer que el paciente escriba sus demonios. Un exorcismo freudiano. Pero todas las energías violentas que tengo —y son muchas— puedo vomitarlas sobre el papel. Toda la rabia, el odio y la frustración, todo lo que es peligroso y enfermo y sucio dentro de mí, puedo vomitarlo en mi trabajo. Hay personas en celdas acolchadas en todo el mundo que no tienen tanta suerte.
PLAYBOY: ¿Dónde crees que estarías hoy sin tu talento como escritor?
KING: Es difícil decirlo. Tal vez sería un profesor de Lengua de instituto ligeramente amargado que se dedicaría a hacer sus cosas hasta el día en que pudiera cobrar la pensión y desvanecerse en los años del crepúsculo. Por otro lado, es muy posible que acabara allí, en la Texas Tower, con Charlie Whitman, resolviendo mis demonios con un rifle telescópico de alta potencia en lugar de con un procesador de textos. Quiero decir, conozco a Whitman. Mis escritos me han mantenido fuera de esa torre.
PLAYBOY: Has sido sincero al hablar de tus miedos e inseguridades más íntimos, pero un aspecto que no hemos tocado es el sexual. ¿Tienes algún problema en este sentido?
KING: Bueno, creo que tengo unos apetitos sexuales bastante normales, sea lo que sea que signifique la palabra normal en estos tiempos de cambios. Quiero decir, no me gustan las ovejas o los enemas o las amputaciones múltiples o la adoración de malvaviscos o lo que sea la última moda. Dios, hace poco pasé por una tienda porno y vi una revista brillante con un tipo en la portada vomitando sobre una chica desnuda. Quiero decir, chacun à son goût5 y todo eso, pero ¡yucchhh! Tampoco me va el viaje del sadomasoquismo, sobre el que vuestro competidor Penthouse ha construido todo un imperio. Por supuesto, se puede hacer un reportaje fotográfico de una chica desnuda con un collar de perro con diamantes que es arrastrada con una correa por un tipo con botas de cuero, y a pesar de todo el brillo artístico y la lente de gasa y los colores pastel, sigue siendo sórdido; sigue apestando corruptamente a porno de campo de concentración. Hay una serie de variaciones sexuales que me excitan, pero me temo que todas son aburridas.
PLAYBOY: ¿Así que no hay hombres del saco escondidos en tu libido?
KING: No, no en ese sentido. El único problema sexual que he tenido ha sido más funcional. Hace algunos años, sufrí de impotencia periódica, y eso no es divertido, créeme.
PLAYBOY: ¿Qué lo provocó?
KING: Bueno, realmente no soy lo suficientemente bueno en la introspección clínica para decirlo con seguridad. No era un problema persistente. La bebida era parcialmente responsable, supongo, lo que los ingleses llaman la vieja caída del cervecero. Henry Fielding señala que el exceso de bebida provoca un embotamiento del apetito sexual en un hombre aburrido, así que si ese es el caso, soy aburrido, porque si bebo demasiado rápido, estoy demasiado borracho para follar. Puede que la bebida despierte el deseo, pero seguro que estropea el rendimiento. Por supuesto, una parte tiene que ser psicológica, porque la forma más segura que conozco para que un tipo se vuelva impotente es decir: «Dios, ¿y si soy impotente?». Afortunadamente, no he tenido ningún problema con ello desde hace bastante tiempo. Oh, mierda, ¿por qué me he metido en este tema? ¡Ahora empezaré a pensar en ello de nuevo!
PLAYBOY: ¿Has descubierto que tu atractivo sexual ha aumentado junto con tu saldo bancario y tu estatus de celebridad?
KING: Sí, hay muchas mujeres que les va la fama o el poder o lo que sea. Todo el síndrome de la groupie. A veces, la idea de un polvo anónimo es bastante atractiva; ya sabes, una chica se acerca a ti en una firma de autógrafos en una librería y te dice: «Vamos a mi casa», y te vas de la ciudad a la mañana siguiente y una parte de ti está tentada de decir: «Sí, vamos; nos echaremos aceite Wesson encima». Pero es mejor no empezar a bajar por esa pendiente resbaladiza —sin referirse al aceite Wesson— y no lo he hecho. Mi matrimonio es demasiado importante para mí y, de todos modos, gran parte de mi energía se destina a la escritura, por lo que no necesito hacer el tonto.
PLAYBOY: ¿Siempre has sido fiel a tu mujer?
KING: Sí, aunque suene anticuado, lo he sido. Sé que es lo que se espera que alguien diga en la prensa, pero sigue siendo cierto. Nunca arriesgaría el afecto de mi esposa por una aventura de una noche. Estoy demasiado agradecido por el compromiso inquebrantable que ha hecho conmigo y la ayuda que me ha dado para vivir y trabajar como quiero. Ella es una rosa con espinas, también, y me he pinchado con ellas muchas veces en el pasado, así que, aparte de todo lo demás, ¡no me atrevería a engañarla!
PLAYBOY: ¿Te sentiste amenazado cuando tu mujer empezó a escribir y publicó su primera novela, Small World?
KING: Claro que sí. Me sentí muy celoso. Mi reacción fue como la de un niño pequeño. Tenía ganas de decir: «Oye, estos son mis juguetes; no puedes jugar con ellos». Pero pronto se convirtió en orgullo cuando leí el manuscrito final y descubrí que había hecho una obra muy buena. Sabía que tenía talento, porque Tabby era una buena poetisa y escritora de cuentos cuando empezamos a salir, en mi último año de universidad, y ya había ganado varios premios por su trabajo. Así que pude aceptar rápidamente esa posesividad infantil. Ahora bien, la primera vez que ella me supere, ¡eso puede ser otra historia!
PLAYBOY: ¿Por qué el sexo explícito está tan ausente en tu obra? ¿Te sientes incómodo con él?
KING: Bueno, Peter Straub dice: «Stevie no ha descubierto el sexo», y yo intento rebatirle señalando a mis tres hijos, pero no creo que esté convencido. En realidad, probablemente me sienta incómodo, pero esa incomodidad proviene de un problema más general que tengo con la creación de relaciones románticas creíbles. Sin unas relaciones tan sólidas en las que basarse, es difícil crear escenas sexuales que tengan credibilidad e impacto o que hagan avanzar la trama, y simplemente estaría metiendo el sexo de forma arbitraria y perfunctoria, ya sabes: «Oh, demonios, dos capítulos sin una escena de sexo; mejor que arme una». Hay algo de sexo explícito en Cujo y en mi novela corta «Apt Pupil» en Different Seasons, en la que el adolescente, seducido por el mal nazi, fantasea con matar a una chica mientras la viola, electrocutándola lentamente y saboreando cada espasmo y grito hasta coordinar su orgasmo con los estertores de ella. Eso estaba en consonancia con el carácter retorcido del chico, pero era lo más lejos que podía llegar en la dirección del sadomasoquismo, porque después de un punto, mis disyuntores mentales se disparan.
PLAYBOY: Junto con tu dificultad para describir escenas sexuales, aparentemente también tienes un problema con las mujeres en tus libros. La crítica Chelsea Quinn Yarbro escribió: «Es descorazonador que un escritor con tanto talento, fuerza y visión no sea capaz de desarrollar un personaje femenino creíble entre los diecisiete y los sesenta años». ¿Es una crítica justa?
KING: Sí, por desgracia, creo que es probablemente la más justificada de todas las que se me han hecho. De hecho, yo ampliaría su crítica para incluir mi tratamiento de los personajes negros. Tanto Hallorann, el cocinero de The Shining, como la madre Abigail de The Stand son caricaturas de cartón de superhéroes negros, vistos a través de los cristales rosados de la culpa blanca-liberal. Y cuando creo que me he librado de la acusación de que la mayoría de los escritores norteamericanos representan a las mujeres como mindundis o como perras destructoras, creo a alguien como Carrie, que empieza como una víctima insignificante y luego se convierte en una zorra poderosa, destruyendo toda una ciudad en una explosión de rabia hormonal. Reconozco los problemas, pero aún no puedo rectificarlos.
PLAYBOY: También se critica tu obra por ser demasiado derivativa. En Fear Itself, una reciente colección de ensayos críticos sobre tus novelas, el autor Don Herron sostiene que «King parece contentarse con reelaborar un material muy trillado… Rara vez hay en las historias de King creaciones sobrenaturales que no sugieran al menos trabajos anteriores en el género [y] normalmente se toman prestados directamente». ¿Discutirías este punto?
KING: No, lo concedería libremente. Nunca me he considerado un escritor extraordinariamente original en el sentido de concebir ideas argumentales totalmente nuevas. Por supuesto, tanto en la ficción de género como en la convencional, no quedan demasiadas de esas, de todos modos, y la mayoría de los escritores están reelaborando esencialmente algunos temas básicos, ya sea la introspección angustiosa y las tediosas crisis de identidad de los estetas, los problemas sexuales y domésticos de la escuela de contempladores de pollas de John Updike o las fórmulas tradicionales del misterio y el terror y la ciencia ficción. Lo que intento hacer —y en ocasiones, espero, lo consigo— es verter vino nuevo de botellas viejas. Nunca negaré, sin embargo, que la mayoría de mis libros han sido derivados en cierta medida, aunque algunos de los relatos cortos son bastante suigéneris, y tanto Cujo como The Dead Zone son básicamente concepciones originales. Pero Carrie, por ejemplo, se derivó en gran medida de una terrible película de serie B llamada The Brain From Planet Arous; The Shining estuvo influenciado por la maravillosa novela de Shirley Jackson The Haunting of Hill House; The Stand tiene una deuda considerable tanto con Earth Abides de George R. Stewart como con The Purple Cloud de M. P. Shiel; y Firestarter tiene numerosos antecedentes de ciencia ficción. ‘Salem’s Lot, por supuesto, se inspiró en el gran clásico del género, Dracula, de Bram Stoker, y tiene una similitud totalmente intencionada con él. Nunca lo he ocultado.
PLAYBOY: También pareces estar intrigado por el fenómeno del nazismo y has escrito sobre él extensamente tanto en Different Seasons como en The Dead Zone, que trata del ascenso al poder de un Hitler norteamericano y de los esfuerzos desesperados de un hombre por detenerlo antes de que sea demasiado tarde.
KING: Bueno, la naturaleza del mal es una preocupación natural para cualquier escritor de terror, y el nazismo es probablemente la encarnación más dramática de ese mal. Después de todo, ¿qué fue el Holocausto sino la recreación casi literal del infierno en la tierra, un infierno en cadena repleto de hornos de fuego y demonios humanos que lanzaban a los muertos a las fosas de cal? También murieron millones en el gulag y en lugares como Camboya, por supuesto, pero los crímenes de los comunistas fueron el resultado de la perversión de una filosofía esencialmente racional y apolínea del siglo XIX, mientras que el nazismo fue algo nuevo y retorcido y, por su propia naturaleza, pervertido. Pero cuando irrumpió en la escena alemana en los años veinte, puedo ver cómo ejerció un atractivo peligrosamente convincente. El hombre lobo que llevamos dentro nunca está lejos de la superficie, y Hitler sabía cómo desencadenarlo y alimentarlo. Así que, sí, si hubiera estado en Alemania a principios de los años treinta, supongo que podría haberme sentido atraído por el nazismo.
Pero tengo la sensación de que en 1935 o 1936, incluso antes de que los campos de concentración y los asesinatos en masa se pusieran en marcha, habría reconocido la naturaleza de la bestia, tanto en mí como en la ideología, y me habría marchado. Por supuesto, a menos que te encuentres en una situación como esa, nunca sabes cómo responderías. Pero puedes ver los ecos del loco motor dionisíaco que impulsó a los nazis a tu alrededor. Soy un gran aficionado al rock, y el rock ha sido una influencia importante en mi vida y en mi trabajo, pero incluso allí puedes oír a veces a esa bestia haciendo sonar sus cadenas y luchando por soltarse. Tampoco hay nada tan dramático como Altamont;6 solo el tipo de emociones salvajes y frenéticas de la multitud que se puede generar cuando consigues que un par de miles de personas se vuelvan locas por el sonido y la droga en un auditorio.
Me encanta Bruce Springsteen, y hace poco, mi mujer y yo estuvimos en uno de sus conciertos en Toronto, donde de repente empezó a sacar el brazo del pecho con el puño cerrado, como un saludo fascista, y todos los fans gritones del público le siguieron, y por un momento discordante, nos sentimos en Núremberg. Evidentemente, no hay en Springsteen ni el más mínimo indicio de fascismo, ni de racismo, ni de nihilismo violento, como el que se puede encontrar en algunos de los punkers ingleses, pero de repente, esa histeria de masas que se puede dar en los conciertos de rock se había convertido en una aparición oscura e inquietante. Por supuesto, el rock bueno y fuerte puede evocar una poderosa reacción emocional, porque por naturaleza, es algo que va a por todas; es anarquista en el sentido más atractivo de la palabra; se trata de vivir rápido, morir joven y dejar un bonito cadáver. Y el terror también es así. Ambos se lanzan a la yugular, y si funcionan, ambos evocan arquetipos primarios.
PLAYBOY: Se te identifica universalmente como un escritor de terror, pero libros como The Stand, que es esencialmente una novela de catástrofes futuristas, ¿no deberían clasificarse realmente como ciencia ficción?
KING: Sí, técnicamente, tienes razón. De hecho, los únicos libros míos que considero de terror puro y duro son ‘Salem’s Lot, The Shining y ahora Christine, porque todos ellos no ofrecen ninguna explicación racional a los sucesos sobrenaturales que ocurren. Carrie, The Dead Zone y Firestarter, en cambio, se inscriben mucho más en la tradición de la ciencia ficción, ya que tratan de los talentos psiónicos inusuales de los que hablábamos antes. En realidad, The Stand tiene un pie en ambos campos, porque en la segunda mitad del libro, la parte que describe el enfrentamiento entre las fuerzas de la oscuridad y las fuerzas de la luz, hay un fuerte elemento sobrenatural. Y Cujo no es ni terror ni ciencia ficción, aunque sí es, espero, terrorífico. No siempre es fácil clasificar estas cosas, por supuesto, pero básicamente, me considero un escritor de terror, porque me encanta asustar a la gente. Al igual que Garfield dice: «La lasaña es mi vida», yo puedo decir, con toda la verdad, que el terror es la mía. Lo escribiría aunque no me pagaran por ello, porque no creo que haya nada más dulce en la verde tierra de Dios que asustar a la gente.
PLAYBOY: ¿Hasta dónde llegarías para conseguir el efecto deseado?
KING: Hasta que el lector se convenza de que está en manos de un auténtico maníaco homicida, farfullador y certificable. El género existe en tres niveles básicos, separados pero interdependientes y cada uno un poco más crudo que el anterior. En la cima está el terror, la emoción más fina que cualquier escritor puede inducir; luego el horror y, en el nivel más bajo de todos, el instinto de asco. Naturalmente, primero intentaré aterrorizarte, y si eso no funciona, intentaré horrorizarte, y si no lo consigo, intentaré asquearte. No soy orgulloso; te daré un sándwich lleno de bichos o te meteré la mano en las tripas de una marmota muerta hace tiempo. Haré todo lo que haga falta; llegaré a cualquier extremo, me tiraré a una rata si es necesario; ya me he tirado a muchas en mi vida. Después de todo, como dijo Oscar Wilde, nada tiene más éxito que el exceso. Así que si alguien se despierta gritando por lo que he escrito, estoy encantado. Si simplemente vomita, sigue siendo una victoria, pero a menor escala. Supongo que el triunfo definitivo sería que alguien cayera muerto de un ataque al corazón, literalmente muerto de miedo. Diría: «Vaya, qué pena», y lo diría en serio, pero una parte de mí pensaría: «¡Jesús, eso sí que ha funcionado!».
PLAYBOY: ¿Hay algún lugar en el que trazarías una línea, por ejemplo, la necrofilia, el canibalismo o el infanticidio?
KING: Realmente no se me ocurre ningún tema sobre el que no escribiría, aunque hay algunas cosas que probablemente no podría tratar. Hay una escena de infanticidio en ‘Salem’s Lot, en la que el vampiro sacrifica a un bebé, pero solo se alude a ella, no se describe con detalle, lo que creo que realza la obscenidad del acto. En cuanto al canibalismo, he escrito una historia sobre un tipo de canibalismo. Se llama Survivor Type y trata de un cirujano que sufre un naufragio y es arrastrado a un diminuto y estéril atolón de coral en el Pacífico Sur. Para mantenerse con vida, se ve obligado a comerse a sí mismo, un trozo cada vez. Registra todo meticulosamente en su diario, y después de amputarse el pie, escribe: «Lo hice todo según Hoyle. Lo lavé antes de comerlo». La gente afirma que me he convertido en una marca tan conocida que podría vender mi lista de la lavandería, pero nadie tocaría esa historia ni con un palo de tres metros, y acumuló polvo en mi archivador durante cinco años antes de que finalmente fuera incluida en una antología reciente. Reconozco que he escrito cosas horribles, cosas terribles que me han molestado mucho. Ahora pienso sobre todo en mi próximo libro, Pet Sematary, y en una escena concreta en la que un padre exhuma a su hijo muerto. Es unos días después de que el niño haya muerto en un accidente de tráfico, y mientras el padre está sentado en el cementerio desierto, acunando a su hijo en sus brazos y llorando, el cadáver hinchado de gas explota con repugnantes eructos y pedos, un sonido y un olor verdaderamente espantosos que me han descrito con sombrío detalle los trabajadores de la morgue y los asistentes al cementerio. Y esa escena todavía me molesta, porque mientras la escribía —de hecho, casi se escribió sola; mi máquina de escribir se aceleró como si fuera una escritura automática— podía ver ese cementerio y podía oír esos horribles sonidos y oler ese terrible olor. Todavía puedo hacerlo. ¡Brrrr! Fue por ese tipo de escenas que Tabby no quiso que publicara el libro.
PLAYBOY: ¿Has censurado alguna vez tu propio trabajo porque algo era demasiado desagradable para publicarlo?
KING: No. Si puedo ponerlo en papel sin vomitar en el procesador de textos, entonces en lo que a mí respecta, es apto para ver la luz del día. Pensé que había dejado claro que no soy aprensivo. No me hago ilusiones sobre el género de terror, recuerda. Puede que sea perfectamente cierto que estamos ampliando las fronteras de la maravilla y alimentando un sentido de asombro sobre los misterios del universo y toda esa mierda. Pero a pesar de toda la charla que oirás de los escritores de este género sobre que el terror proporciona una catarsis social y psicológicamente útil para los miedos y las agresiones de la gente, el hecho brutal del asunto es que todavía estamos en el negocio de vender ejecuciones públicas.
De todos modos, aunque no me censuraría a mí mismo, una vez me censuraron. En el primer borrador de ‘Salem’s Lot, tenía una escena en la que Jimmy Cody, el médico local, es devorado en el sótano de una pensión por una horda de ratas convocadas desde el vertedero del pueblo por el líder de los vampiros. Se arremolinan sobre él como una alfombra peluda que se retuerce, mordiendo y arañando, y cuando intenta gritar una advertencia a su compañero de arriba, una de ellas se mete en su boca abierta y se retuerce allí mientras le roe la lengua. Me encantó la escena, pero mi editor me dejó claro que de ninguna manera Doubleday publicaría algo así, y al final entré en razón y empalé al pobre Jimmy en cuchillos. Pero, mierda, no era lo mismo.
PLAYBOY: ¿Te preocupa alguna vez que un lector mentalmente inestable emule en la vida real la violencia ficticia que escribes?
KING: Claro que sí; me molesta mucho, y estaría ignorando el problema si dijera que no es así. Y me temo que ya ha ocurrido. En Florida, el año pasado, hubo un caso de asesinato de homosexuales en el que un famoso nutricionista conocido como el Doctor de la Comida Basura fue asesinado de una forma especialmente espeluznante, torturado y luego asfixiado lentamente mientras los asesinos se sentaban a comer comida rápida y a verlo morir. Después, garabatearon la palabra «Redrum», o asesinato deletreado al revés [murder, en inglés], en las paredes y, por supuesto, esa es una palabra que usé en The Shining. ¡No solo habría que freír a esos estúpidos bastardos, o al menos encerrarlos de por vida, sino también demandarlos por plagio!
Hubo otros dos casos similares. En Boston, en 1977, una mujer fue asesinada por un joven que la descuartizó con diversos utensilios de cocina, y la policía especuló que había imitado la escena de la versión cinematográfica de Carrie en la que esta mata a su madre clavándola literalmente en la pared de la cocina con todo tipo de objetos, desde un sacacorchos hasta un pelapatatas. Y en Baltimore, en 1980, una mujer que leía un libro en una parada de autobús fue víctima de un intento de atraco. Cuando los periodistas le preguntaron qué había estado leyendo, mostró con orgullo un ejemplar de The Stand, que no exhorta precisamente a los buenos a poner la otra mejilla cuando los malos se acercan. Así que tal vez haya un síndrome de imitación en este caso, como con los envenenamientos por Tylenol.
Pero, por otro lado, todas esas personas estarían muertas aunque yo no hubiera escrito ni una palabra. Los asesinos habrían seguido asesinando. Así que creo que debemos resistir la tendencia a matar al mensajero por el mensaje. El mal es básicamente estúpido y poco imaginativo y no necesita la inspiración creativa de mí ni de nadie. Pero a pesar de saber todo eso racionalmente, tengo que admitir que es inquietante sentir que podría estar vinculado de alguna manera, por tenue que sea, al asesinato de otra persona. Así que si sueno a la defensiva, es porque lo estoy.
PLAYBOY: En una reseña de tu obra en The New Republic, la novelista Michele Slung sugirió que la naturaleza espeluznante de tu tema puede llevar a algunos críticos a subestimar tu talento literario. Según Slung: «King no ha sido tomado muy en serio, si es que lo ha sido, por la crítica… Su verdadero estigma —la razón por la que no se le percibe como competidor de los verdaderos escritores— es que ha elegido escribir sobre… cosas que hacen ruido por la noche». ¿Crees que la crítica te ha tratado injustamente?
KING: No, no en general. La mayoría de los críticos del país han sido amables conmigo, así que no tengo ninguna queja en ese sentido. Pero tiene razón cuando se refiere a la propensión de un pequeño pero influyente elemento de la clase literaria a convertir el horror y la fantasía en guetos y relegarlos instantáneamente fuera de la llamada literatura seria. Estoy seguro de que los precursores de esos críticos en el siglo XIX habrían rechazado despectivamente a Poe como un gran mediocre norteamericano.
Pero el problema va más allá de mi género particular. Esa pequeña élite, que se agrupa en las revistas literarias y en las secciones de reseñas de libros de periódicos y revistas influyentes de ambas costas, asume que toda la literatura popular debe ser también, por definición, mala literatura. Esas críticas no son realmente contra la mala escritura, sino contra todo un tipo de escritura. Mi tipo de escritura, como resulta. Esos avatares de la alta cultura sostienen casi como un artículo de fe religiosa que la trama y la historia deben estar subordinadas al estilo, mientras que mi convicción profunda es que la historia debe ser primordial, porque define toda la obra de ficción. Todas las demás consideraciones son secundarias: el tema, el ambiente, incluso la caracterización y el propio lenguaje.
PLAYBOY: La revista Time, que no es un bastión intelectual, te ha condenado como maestro de la «prosa postliteraria», y The Village Voice publicó un mordaz ataque ilustrado con una caricatura tuya como un cerdo asqueroso y barbudo que sonríe sobre bolsas de dinero mientras una rata cruje adorablemente sobre tu hombro. The Voice dijo: «Si valoras el ingenio, la inteligencia o la perspicacia, incluso si estás dispuesto a conformarte con el más mínimo indicio de buena escritura, todos los libros de King son rechazables».
KING: Hay un elemento político en ese ataque de Voice. Verás, yo veo el mundo con lo que es esencialmente una visión fronteriza anticuada. Creo que la gente puede ser dueña de su propio destino y enfrentar y superar tremendas adversidades. Estoy convencido de que existen valores absolutos del bien y del mal que luchan por la supremacía en este universo, lo cual es, por supuesto, un punto de vista básicamente religioso. Y —lo que me condena aún más a los ojos de los cognoscentes «ilustrados»— también creo que los valores tradicionales de la familia, la fidelidad y el honor personal no se han ahogado y disuelto todos en el jacuzzi californiano de moda de la generación «yo». Eso me pone en desacuerdo con lo que es esencialmente una sensibilidad urbana y liberal que equipara todo cambio con el progreso y quiere destruir todas las convenciones, tanto en la literatura como en la sociedad. Pero yo veo ese tipo de radicalidad cultural tan benigna como Tom Wolfe lo hacía con sus primeras manifestaciones políticas, y The Village Voice, como abanderado de los valores liberales de izquierda, detectó con bastante astucia que yo era en cierto sentido el enemigo. La gente como yo realmente irrita a la gente como ellos, ya sabes. En efecto, dicen: «¿Qué derecho tienes a entretener a la gente? Este es un mundo serio con muchos problemas serios. Sentémonos y arranquemos costras; eso es arte».
La idea central de la crítica en el artículo de Time era un poco diferente. Básicamente me atacaba por basarme en imágenes extraídas del cine y la televisión, sosteniendo que eso era de alguna manera degradante para la literatura y quizás incluso anunciaba su inminente desaparición. Pero el hecho es que estoy escribiendo sobre una generación de personas que han crecido bajo la influencia de los iconos de la cultura popular estadounidense, desde Hollywood hasta McDonald’s, y sería ridículo pretender que esas personas se sientan a contemplar a Proust todo el día. El crítico de Time debería haber dirigido su queja a Henry James, quien observó hace ochenta años que «una buena historia de fantasmas debe estar conectada en cien puntos diferentes con los objetos comunes de la vida».
PLAYBOY: John D. MacDonald, un gran admirador tuyo, ha predicho que «Stephen King no se va a limitar a su actual campo de interés». ¿Está en lo cierto? Y si es así, ¿hacia dónde irás en el futuro?
KING: Bueno, en el pasado he escrito los llamados relatos populares e incluso novelas, aunque las novelas eran bastante tempranas, material amateur. Escribo sobre cualquier cosa que me llame la atención, ya sean hombres lobo o béisbol. Algunos parecen estar convencidos de que no veo el terror más que como una fórmula de éxito comercial, una máquina de hacer dinero de la que voy a seguir tirando durante el resto de mi vida, mientras que otros sospechan que en el momento en que mi saldo bancario alcance la masa crítica adecuada, voy a dejar atrás todas esas tonterías infantiles e intentaré escribir la respuesta de esta generación a Brideshead Revisited. Pero el hecho es que el dinero realmente no tiene nada que ver con esto de una manera u otra. Me encanta escribir las cosas que escribo, y no haría ni podría hacer otra cosa.
Mi forma de contar historias se inscribe en una larga tradición, que se remonta a los antiguos bardos griegos y a los ministriles medievales. En cierto modo, la gente como yo es el equivalente moderno del antiguo comedor de pecados galés, el bardo errante que era llamado a la casa cuando alguien estaba en su lecho de muerte. La familia le daba su mejor comida y bebida, porque mientras él comía, también consumía todos los pecados del moribundo, de modo que en el momento de la muerte, su alma volaría al cielo sin mancha, limpia. Y los comedores de pecados lo hacían año tras año, y todo el mundo sabía que aunque morirían con la barriga llena, se dirigían directamente al infierno.
Así que, en ese sentido, mis colegas escritores de terror y yo estamos absorbiendo y desactivando todos tus miedos y ansiedades e inseguridades y asumiéndolos nosotros mismos. Estamos sentados en la oscuridad, más allá del calor parpadeante de vuestro fuego, cacareando en nuestras calderas y tejiendo nuestras telas de araña de palabras, todo el tiempo chupando la enfermedad de vuestras mentes y vomitándola en la noche.
PLAYBOY: Antes señalaste que eres supersticioso. ¿Alguna vez temes que las cosas te vayan demasiado bien y que, de repente, alguna fuerza cósmica maligna te lo arrebate todo?
KING: No lo temo, lo sé. No hay manera de que algún desastre o enfermedad u otra aflicción cataclísmica no me esté acechando al final del camino. Las cosas nunca mejoran, sabes; solo empeoran. Y como ha señalado John Irving, solo se nos recompensa moderadamente por ser buenos, pero nuestras transgresiones se penalizan con una severidad absurda. Es decir, tomemos algo insignificante, como fumar. Qué pequeño placer es ese: te acomodas con un buen libro y una cerveza después de la cena y enciendes un cigarrillo y pasas diez minutos agradablemente relajados, y no estás haciendo daño a nadie más, al menos mientras no le soples el humo en la cara. Pero ¿qué castigo inflige Dios por ese insignificante pecadillo? ¡Cáncer de pulmón, ataque al corazón, derrame cerebral! Y si eres una mujer y fumas mientras estás embarazada, Él se asegurará de que des a luz a un bonito y saludable bebé mongólico. Vamos, Dios, ¿dónde está tu sentido de la proporción? Pero Job hizo la misma pregunta hace 3000 años, y Jehová le contestó desde el torbellino: «¿Dónde estabas cuando hice el mundo?». En otras palabras: «Cállate, joder, y toma lo que te doy». Y esa es la única respuesta que obtendremos, así que sé que las cosas van a ir mal. Simplemente lo sé.
PLAYBOY: Con cualquier otra persona, esta pregunta final sería un cliché. En tu caso, parece que es la adecuada: ¿qué epitafio te gustaría poner en tu lápida?
KING: En mi novela corta «The Breathing Method», en Different Seasons, he creado un misterioso club privado en una vieja casa de piedra rojiza de la calle 35 Este de Manhattan, en el que un grupo de hombres extrañamente emparejados se reúne periódicamente para intercambiar historias de lo extraño. Y hay muchas habitaciones en el piso de arriba, y cuando un nuevo invitado pregunta el número exacto, el extraño y viejo mayordomo le dice: «No lo sé, señor, pero podría perderse allí arriba». Ese club de hombres es realmente una metáfora de todo el proceso de contar historias. Hay tantas historias en mí como habitaciones en esa casa, y puedo perderme fácilmente en ellas. Y en el club, cada vez que se va a contar un cuento, primero se hace un brindis, haciendo eco de las palabras grabadas en la clave de la enorme chimenea de la biblioteca: ES EL CUENTO, NO QUIEN LO CUENTA. Esa ha sido una buena guía para mí en la vida, y creo que sería un buen epitafio para mi lápida. Solo eso y sin nombre. ⬥
Referencias
REVISTAS
Norden, E. (junio de 1983). “Playboy interview: Stephen King” en Playboy vol. 30, núm. 6.
Montejano. J. R. (junio de 2021). “Stephen King en Playboy” en Insomnia núm. 278.
Juego de palabras que alude a The Wizard of Oz (El Mago de Oz). El término ooze puede traducirse como «ciénaga», «barro», «fango».
Corpulento, fornido.
Lothario (o Lotario) es una referencia al personaje que aparece en «El curioso impertinente», una novela corta intercalada en la primera parte del Quijote de Miguel de Cervantes. En la lengua inglesa, el personaje ha llegado a constituir un epónimo, de forma que en inglés, Lothario sirve para designar al seductor egoísta y sin escrúpulos.
Referencia a la novela Heart of Darkness de Joseph Conrad.
Expresión francesa que traducida al castellano significa: «Cada uno tiene sus gustos».
El Altamont Speedway Free Festival fue un concierto de rock realizado el 6 de diciembre de 1969 en el abandonado autódromo de Altamont, al norte de California. El evento fue planificado y organizado por la banda británica The Rolling Stones. Este evento es recordado por sus graves hechos de violencia. En el concierto hubo un homicidio y tres muertes accidentales (dos por accidentes automovilísticos y un ahogado en un canal).