Introducción a «Pet Sematary»
La novela de Stephen King incorpora muchos elementos autobiográficos
Introducción escrita por Stephen King en una nueva edición de Pet Sematary en septiembre de 2000. Traducción de Óliver Mayorga.
Cuando me preguntan (con frecuencia) cuál considero que es el libro más aterrador que he escrito, respondo sin vacilaciones: Pet Sematary. Puede que no sea el que más asuste a los lectores —según las cartas que recibo, diría que ese es probablemente The Shining—, pero el hueso del miedo, como el hueso de la risa, se encuentra en diferentes lugares en diferentes personas. Todo lo que sé es que Pet Sematary es el que guardé en un cajón, pensando que finalmente había ido demasiado lejos. El tiempo parece indicar que no lo había hecho, al menos en términos de lo que el público aceptaría, pero ciertamente había ido demasiado lejos en términos de mis propios sentimientos personales. En pocas palabras, me horrorizaba lo que había escrito y las conclusiones que había sacado. Ya he contado antes la historia de cómo llegó a escribirse el libro, pero creo que puedo contarla una vez más: la última vale por todas.
A finales de los años setenta, me invitaron a pasar un año en mi alma mater, la Universidad de Maine, como escritor residente, y también a impartir una clase de literatura de lo fantástico (mis apuntes de ese curso constituyeron la columna vertebral de Danse Macabre, que se publicó uno o dos años después). Mi mujer y yo alquilamos una casa en Orrington, a unos veinte kilómetros del campus. Era una casa maravillosa en un maravilloso pueblo rural de Maine. El único problema era la carretera. Estaba muy transitada, y gran parte del tráfico consistía en pesados camiones cisterna procedentes de la planta química que había al final de la carretera.
Julio DeSanctis, que era el dueño de la tienda de enfrente, me dijo desde el principio que mi mujer y yo debíamos vigilar de cerca a nuestros hijos, y a las mascotas que pudieran tener. «Esa carretera se ha llevado a muchos animales», dijo Julio, una frase que se coló en el relato. Y la prueba de cuántos animales se había llevado la carretera estaba en el bosque, más allá de nuestra casa alquilada. Un sendero subía por el campo vecino hasta un pequeño cementerio de mascotas en el bosque… solo que el cartel en el árbol, justo a la salida de este pequeño y encantador cementerio improvisado, decía PET SEMATARY.1 Esta expresión no solo fue a parar al libro, sino que se convirtió en el título. Había perros y gatos enterrados allí, algunos pájaros e incluso una cabra.
Nuestra hija, que entonces tenía unos ocho años, tenía un gato llamado Smucky, y no mucho después de mudarnos a la casa de Orrington, encontré a Smucky muerto en el césped de una casa al otro lado de la carretera. Al parecer, el último animal que la Ruta 5 se había llevado era la querida mascota de mi hija. Enterramos a Smucky en el cementerio de mascotas. Mi hija hizo la lápida, que decía SMUCKY: ERA OBEDIANTE. (Smucky no era en absoluto obediente, por supuesto; era un gato, por el amor de Dios).
Todo parecía ir bien hasta esa noche, cuando escuché un golpeteo en el garaje, acompañado de llantos y ruidos como de pequeños petardos. Salí a investigar y encontré a mi hija, furiosa y hermosa en su dolor. Había encontrado varios pliegos de ese material de embalaje ampollado en el que a veces se envían los objetos frágiles. Estaba saltando sobre ellos, reventando las ampollas y gritando: «¡Era mi gato! ¡Que Dios tenga su propio gato! ¡Smucky era mi gato!». Esa rabia, creo, es la primera reacción más sana al dolor que puede tener un ser humano que piensa y siente, y siempre la he amado por ese grito desafiante: «¡Que Dios tenga su propio gato!». Muy bien, preciosa; muy bien.
Nuestro hijo menor, que entonces tenía menos de dos años, solo había aprendido a caminar, pero ya practicaba sus habilidades para correr. Un día, no mucho después de la muerte de Smucky, mientras estábamos en el patio vecino jugando con una cometa, a nuestro hijo pequeño se le ocurrió ir corriendo hacia la carretera. Yo corrí tras él, y maldita sea si no pude oír que se acercaba uno de esos camiones de Cianbro (Orinco, en la novela). O bien le cogí y le tiré al suelo, o bien se tropezó él solo; a día de hoy, no estoy del todo seguro de cuál de las dos cosas. Cuando uno está muy asustado, la memoria suele quedarse en blanco. Lo único que sé con certeza es que ahora sigue estando bien y en su juventud. Pero una parte de mi mente nunca ha olvidado ese horripilante «y si…»: supongamos que no lo hubiera atrapado. O supongamos que se hubiera caído en medio de la carretera en lugar de en el borde de la misma.
Creo que puedes ver por qué el libro que surgió de estos incidentes me pareció tan angustioso. Simplemente tomé los elementos existentes y añadí ese terrible «qué pasaría si…». Dicho de otro modo, me encontré no solo pensando lo impensable, sino escribiéndolo.
No había espacio para escribir en la casa de Orrington, pero había una habitación vacía en la tienda de Julio, y fue allí donde escribí Pet Sematary. En el día a día, disfrutaba del trabajo, y sabía que estaba contando una historia «atractiva», que atraía mi atención y atraería la de los lectores, pero cuando trabajas día a día, no ves el bosque; solo cuentas los árboles. Cuando terminé, dejé reposar el libro seis semanas, que es mi forma de trabajar, y luego lo releí. El resultado me pareció tan sorprendente y espantoso que guardé el libro en un cajón, pensando que nunca se publicaría. Al menos, no mientras viviera.
Que se publicara se debió a una mera circunstancia. Había terminado mi relación con Doubleday, la editorial de mis primeros libros, pero les debía una última novela antes de cerrar las cuentas por completo. Solo tenía una entre manos que no estaba apalabrada, y esa era Pet Sematary. Lo hablé con mi mujer, que es mi mejor consejera cuando no estoy seguro de cómo proceder, y me dijo que debía seguir adelante y publicar el libro. Ella pensaba que era bueno. Horrible, pero demasiado bueno para no ser leído.
Mi primer editor en Doubleday, Bill Thompson, se había marchado para entonces (a Everest House, de hecho; fue Bill quien primero sugirió, y luego editó y publicó Danse Macabre), así que envié el libro a Sam Vaughn, que era uno de los gigantes editoriales de la época. Fue Sam quien tomó la decisión final: quería publicar el libro. Él mismo lo editó, prestando especial atención a la conclusión, y su aportación convirtió un buen libro en uno aún mejor. Siempre le he estado agradecido por su inspirado lápiz azul, y nunca me he arrepentido de haber hecho el libro, aunque en muchos aspectos me sigue pareciendo angustioso y problemático.
Me inquieta especialmente la frase más resonante del libro, pronunciada por Jud, el anciano vecino de Louis Creed. «A veces, Louis, es preferible la muerte», dice Jud. Espero de todo corazón que eso no sea cierto, y sin embargo, dentro del contexto pesadillesco de Pet Sematary, parece serlo. Y puede que esté bien. Tal vez «a veces es preferible la muerte» sea la última lección del dolor, aquella a la que llegamos cuando finalmente nos cansamos de saltar sobre las ampollas de plástico y de pedir a gritos que Dios se lleve a su propio gato (o su propio hijo) y deje el nuestro en paz. Esa lección sugiere que, al final, solo podemos encontrar la paz en nuestras vidas humanas aceptando la voluntad del universo. Esto puede sonar como una mierda cursi y de la New Age, pero la alternativa me parece una oscuridad demasiado horrible para que criaturas tan mortales como nosotros puedan soportarla.
20 de septiembre de 2000
Referencias
King, S. (2001). «Introduction» en Pet Sematary. Nueva York, Estados Unidos: Simon & Schuster (Pocket Books)
En español podría traducirse literalmente como SEMETERIO DE MASCOTAS, escrito de forma errónea como si lo hubiera escrito un niño pequeño.
Me han entrado muchas ganas de leerla. Una de mis grandes pendientes! Gracias por tu artículo.
Muy buen artículo Óliver, como de costumbre. La verdad es que es una novela que, como te comentaba el otro día con la de "It", leí hace muchísimo tiempo (varias décadas). Y el caso es que he oído comentar a mucha gente, a booktubers también, por ejemplo, que es una de sus novelas favoritas de King y/o de las que más miedo les han producido. Creo que no sería mala idea que la leyera de nuevo...
Por otra parte, me gustan este tipo de artículos porque podemos hacernos una idea, en este caso a través de las propias declaraciones del autor, de cómo se gestaron y en qué condiciones algunas de sus obras. Normalmente condiciones bastante precarias. Ahora son superestrellas mundiales de la literatura del género, pero no siempre fue así...quien le iba a decir que una novela que guardó en un cajón, porque no le "veía mucho futuro", fuera a convertirse en una de las más aclamadas.
Saludos!!